René Descartes
Discurso del método
Discurso del método para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias
1637
Was ist drin?
Este escrito está al inicio del pensamiento moderno: no la fe, sino la duda es la que lleva al conocimiento.
- Filosofía
- Edad moderna temprana
De qué se trata
El comienzo de la filosofía moderna
René Descartes contribuyó decisivamente a crear la imagen del mundo y del humano de la era moderna. Llevó al pensamiento lejos de investigar la esencia de las cosas a la manera en que funciona el pensamiento mismo. A partir de las matemáticas desarrolló su método para analizar el conocimiento que tiene el humano sobre el mundo. En su época predominaba en la filosofía la escolástica de la Edad Media, que proclamaba más doctrinas de fe que conocimiento científico objetivamente comprensible. Después de todo fue precisamente en esa época cuando Galileo tuvo que responder a la Inquisición romana y fue sentenciado a cadena perpetua. Así que Descartes estaba advertido y, por tanto, escribió su Discurso del método de manera anónima. Sin embargo, lo que escribió, en primera persona y en francés en lugar de latín, fue lo suficientemente herético a pesar de algunas “pruebas de Dios” en el texto. Descartes convirtió al individuo en un ejemplo absoluto de verdad y lo retó a que planteara dudas sobre el principio metodológico. De esta manera puso a la razón crítica en el lugar del conocimiento aparente de carácter religioso transmitido durante siglos. Con el escrito del Discurso del método provocó un cambio de paradigma en la filosofía de la era moderna: a partir de entonces, están en primer plano las preguntas acerca de las posibilidades y los límites de la conciencia humana y acerca del ser pensante.
Ideas fundamentales
- El Discurso del método de Descartes se ubica en los inicios de la filosofía moderna. Por primera vez un pensador plantea la duda radical como principio cognitivo.
- Descartes critica que la ciencia sea poco más que la propagación de opiniones contradictorias que no tienen certeza sobre el conocimiento.
- Para Descartes las matemáticas son el modelo de todas las ciencias, ya que sus pruebas son evidentes e indiscutibles. También de las matemáticas deriva su método.
- El método se basa en cuatro pasos: 1) no aceptar nada que no esté clara y distintamente reconocido como verdadero, 2) descomponer los problemas en problemas parciales, 3) en el pensamiento, ir de lo fácil a lo complicado y 4) poner atención a la totalidad.
- Descartes comienza principalmente con la duda radical. Solo existe una certeza: dudo (o pienso).
- De ahí se deriva la famosa frase “pienso, luego existo”.
- La certeza del conocimiento se basa, por tanto, en la seguridad en sí mismo del pensador, que se entiende a sí mismo como Yo pensante.
- Este Yo pensante se diferencia fundamentalmente de lo corporal: el cuerpo es el material, el pensamiento es el lado inmaterial de la existencia humana.
- El humano es consciente de su imperfección. Pero esto supone el conocimiento de la existencia de lo perfecto y este perfecto solo puede ser Dios.
- La existencia de Dios es el garante para la verdad del conocimiento humano.
- Descartes separa radicalmente el cuerpo de la mente: por un lado, el pensamiento puro sin corporeidad, por el otro, la corporeidad sin pensamiento. Cómo se relacionan ambos es una pregunta que preocupa hasta la fecha a los filósofos e investigadores.
Resumen
Las matemáticas como modelo
Todos los seres humanos poseen el don de distinguir entre lo verdadero y lo falso: el sentido común. Esta es una buena premisa. Sin embargo, para que esta facultad se pueda aplicar a la obtención de conocimientos, se necesita además un método que impida que la verdad y la mentira, la autenticidad y la falsedad se conviertan en objetos de meras opiniones. De hecho, la ciencia produjo solo resultados mediocres hasta mediados del siglo XVI, y la filosofía tiene el defecto de conducir siempre a conclusiones que otros niegan.
“El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada cual piensa que tiene tan buena provisión de él que incluso aquel que es muy difícil de satisfacer en todas las demás cosas, en general no suele desear más de lo que posee””.
Entre todas las ciencias, las matemáticas ofrecen el único modelo de metodología para un conocimiento científico seguro de la verdad. Es un modelo cuya fuerza probatoria es de tal evidencia y exactitud que el humano, sin importar en qué circunstancias de la vida cotidiana esté, solo requiere la legitimidad de las matemáticas para encontrar la verdad.
Los principios racionales del mundo
Los que viajan o van a un lugar remoto para meditar pueden obtener en la soledad una comprensión clara de lo que es importante en la vida. Eso hizo también René Descartes. Participó en la Guerra de los Treinta Años en Alemania como joven oficial del lado de la liga imperial y su pensamiento recibió en ese tiempo cierta inspiración debido al aislamiento de su tierra natal. Se enriqueció por la experiencia de la guerra, pero aun más por el descubrimiento –en forma de tres sueños– de que el mundo se basa en principios racionales. En ese momento Descartes experimentó una conmoción mental y emocional, y sometió todas sus opiniones –que hasta entonces había considerado correctas– a un examen riguroso: ¿estas opiniones se basan en la fe o son compatibles con los principios de la razón? Para probar esto desarrolló cuatro reglas básicas.
Las cuatro reglas del método
Estas reglas se derivan, en realidad, de la geometría y transmiten el carácter del modelo metodológico de las matemáticas.
- Todas las convicciones que no puedan percibirse clara y distintamente como verdaderas deben ponerse en duda.
- Todos los problemas deben descomponerse en problemas parciales más sencillos.
- A partir de pensamientos sencillos se debe ir trabajando paso a paso hacia pensamientos más complejos.
- Hay que ser cuidadoso con la integridad y la visión general para no olvidar nada.
“Mi propósito, por tanto, no es el de enseñar aquí el método que cada quien ha de seguir para dirigir bien su razón, sino solo mostrar el modo como yo he tratado de dirigir la mía””.
Con este método se pueden resolver todos los problemas cognitivos de la humanidad, incluida también la pregunta central de la acción moral: ¿qué reglas éticas deben aplicarse hasta que se haya encontrado una respuesta para todos los problemas morales? Como solución provisional se puede suponer que existe un mínimo moral, una especie de moral provisional, que guía la acción. Mientras nos adherimos a esta moral provisional, podemos descubrir con el método descrito anteriormente los principios morales realmente válidos.
La certeza única
¿Cómo se ve, pues, esta moral? La primera máxima es la obediencia a las leyes de la patria y de la religión cristiana. Esto incluye la obligación del individuo de no dejarse guiar por opiniones que se caracterizan por la desmesura y la exageración. La segunda máxima es la obligación de actuar siempre con decisión. La tercera requiere proceder de tal modo que el cumplimiento de los deseos no ponga en peligro el orden del mundo.
“Y siempre sentía un enorme deseo de aprender a distinguir lo verdadero de lo falso para ver claro en mis actos y andar seguro por esta vida””.
De esta manera el humano puede establecer una especie de contrato de compensación con el mundo y con las fuerzas del destino. Después, podemos establecernos con confianza en el punto más remoto de la Tierra –en el desierto, por ejemplo– para poner a prueba una existencia en la que nos abstenemos de un juicio basado en opiniones y la fe y solo seguimos la razón. La soledad es ideal para aplicar todo lo que pusimos en duda de lo que está en cuestión en la primera regla del método. A cualquiera que llegue a cuestionar los conocimientos de la razón y también las percepciones sensoriales, el mundo se le presenta como un sueño: todo lo que experimentamos solo puede ser un sueño, una quimera. Pero un sueño también se “piensa”. Incluso si dudamos de lo que pensamos y lo vemos todo como un sueño o una ilusión, una cosa es segura: pensamos. Por consiguiente, existimos y podemos afirmar: “Yo pienso, luego soy”.
“Al instituir reflexiones particulares en toda materia sobre aquello que pudiera hacerla sospechosa y dar ocasión a equivocarnos, llegué a arrancar de mi espíritu todos los errores que habrían podido deslizarse anteriormente””.
El humano está hecho nada más que para pensar. Es decir, puede incluso dudar de la existencia de su propio cuerpo (este también podría ser una ilusión), pero lo que es seguro es que, en este momento, es un escéptico, es decir, un ser que piensa. A diferencia del cuerpo, el pensamiento, la sustancia espiritual, permanece indudable, porque lo garantiza la certeza del “yo pienso”. Esta certeza es también la que ayuda a identificar el alma del humano. Porque a diferencia de la existencia material del cuerpo y su dependencia del mundo exterior, el alma posee su verdad precisamente en esta calidad de indudable. Es más verdadera que el cuerpo. Incluso si el cuerpo no existiera, el alma seguiría siendo lo que es.
El Dios perfecto existe
Según la primera regla, solo las cosas que pueden ser reconocidas clara y distintamente son verdaderas. Sin embargo, la dificultad radica entonces en decidir qué cosas reconocemos clara y distintamente. Porque hay muchos tipos de alucinaciones conocidas. La duda justificada del ser humano permite concluir que el Yo pensante tiene conciencia de sí mismo, lo que también incluye reconocer sus propios defectos.
“Y al darme cuenta de que esta verdad: yo pienso, luego yo soy’, era tan firme y segura que las suposiciones más extravagantes de los escépticos no son capaces de quebrantarla, decidí que podía considerarla, sin reparos, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando””.
De esta imperfección debe otra vez necesariamente deducirse la presencia de la perfección. El Yo únicamente puede reconocer su propia imperfección, porque es capaz de la idea de lo perfecto. Lo perfecto no es más que Dios. Dios representa la omnisciencia y también la idea de lo eterno: todas las cualidades que el Yo imperfecto no posee. ¡Esto aporta la prueba de que Dios existe! Entonces, ¿de dónde debería provenir la idea de la perfección si no de Dios? Esta primera prueba de Dios, que surgió del pensamiento, es seguida por una segunda: solo bajo el supuesto de que Dios existe, puede el Yo pensante conocer en realidad la verdad. A diferencia de lo perfecto y lo bueno, Dios es siempre impensable… así que Dios debe ser, de hecho, perfecto y bueno. Pero un Dios bueno, ciertamente, no representaría el mundo como una quimera. Dios nos prueba de esta manera la existencia de la verdad. La falsedad es, de hecho, incompatible con la perfección de Dios, y si existen engaños y falsedades en la vida humana, son causados por la imperfección del humano, pero no por Dios.
La superioridad de la capacidad de entendimiento
La dificultad que tienen muchas personas para reconocer a Dios radica en su inclinación a permanecer en la imaginación sensorial de las cosas. Estas personas se quedan bloqueadas en sus pensamientos, porque no pueden prescindir de la necesidad de hacerse una imagen de todo. Así, la corporeidad se convierte en el vehículo de cada imaginación. Estas personas tampoco pueden entender lo que no es gráficamente imaginable. Incluso, algunos filósofos han dado prioridad a la percepción sensorial de las cosas y afirmado que no es posible una capacidad de comprensión sin la percepción sensorial. Pero tanto Dios como el alma se encierran en la imaginación sensorial. Quien quiere entender a Dios y al alma con su poder de imaginación se asemeja a aquellos que quieren escuchar los sonidos y percibir los olores con los ojos. Así que no es difícil imaginar el cuerpo de una cabra que sobresale de la cabeza de un león, pero no se puede concluir de ello que tal quimera realmente exista. Pero la imaginación gráfica controlada por nuestros sentidos nunca nos brinda certeza si nuestro entendimiento no nos ayuda.
Cuerpo y alma
La subdivisión del humano en cuerpo y alma crea la condición previa para la comprensión del funcionamiento del cuerpo. Este es una máquina cuyo motor es el corazón. El corazón es una bomba y la circulación sanguínea es un sistema de bombeo y tuberías que no se alinea, como algunos piensan, con el movimiento orbital de los cuerpos celestes, sino que se asemeja más bien al tictac del reloj. El corazón está controlado por el cerebro y debe darse por satisfecho con una posición subordinada en el cuerpo. La contribución del corazón al calentamiento del cuerpo es muy pequeña. La temperatura corporal distribuida uniformemente se debe, por un lado, al flujo de sangre y, por el otro, a su renovación permanente, de la que son responsables otros órganos además del corazón, por ejemplo, los pulmones. La interacción de todos los órganos, los músculos y el cerebro da vida al humano en la misma medida en que el funcionamiento de una máquina está asegurado por el movimiento de sus partes individuales. Pero esto solo no pone al humano por encima del animal. Esto solo lo proporciona la conciencia que el humano tiene de su existencia: el alma.
Animales y humanos
A diferencia de los humanos, los animales no tienen alma. Son como máquinas. Por consiguiente los animales no sienten ningún dolor, no tienen mente y no pueden pensar. No participan en el mundo espiritual, ni siquiera cuando han sido adiestrados con ciertas habilidades aparentemente humanas para estar a la voluntad del humano. Un loro, por ejemplo, que nunca ha aprendido a hablar o ha olvidado las palabras ensayadas, no pierde esta habilidad, en cambio, sí lo hace una persona sordomuda. Incluso si no puede oír ni hablar desde el nacimiento, es posible que sea consciente de su deficiencia, porque, a diferencia del animal, el humano –incluso uno con pocos dones espirituales– tiene las condiciones previas necesarias para ello. Del hecho de que los animales a menudo son más hábiles que los humanos en algunas de sus habilidades naturales, tampoco se puede deducir que poseen entendimiento. Más bien, esta es precisamente la prueba de que no tienen ninguno y que en ellos solo actúa la naturaleza. Los animales se parecen a los mecanismos de relojería que, con su mecánica casi perfecta, cuentan las horas y miden el tiempo con mucha mayor precisión que lo que alguna vez podrían hacer los humanos.
La esperanza de que el debate continúe
¿Por qué se escribió en realidad esta obra del Discurso del método? Sucedió en años anteriores a que ciertos resultados de investigación fueran prohibidos por los representantes de la doctrina eclesiástica. Por ello, Descartes decidió volver a examinar sus propios escritos antes de su publicación para determinar si también podían ser acusados de contravenir las posiciones de la Iglesia o no estar elaborados con el suficiente cuidado. El hecho de que Descartes decidiera publicar su obra se debe a su esperanza de encontrar una base más amplia para la continuación de la investigación y el debate. Por consiguiente se solicitan explícitamente críticas sobre la obra y se promete un examen cuidadoso de los argumentos.
Acerca del texto
El Discurso del método está escrito en primera persona y contiene muchos elementos autobiográficos que le proporcionan al texto una autenticidad y una fuerza persuasiva extraordinarias. En particular, Descartes describe con todo detalle situaciones y estaciones de la vida en las que realizó observaciones importantes, por ejemplo, su participación en la Guerra de los Treinta Años. Aunque el autor muestra una y otra vez que está consciente de los aspectos revolucionarios de sus reflexiones, renuncia a cualquier gesto de triunfo o satisfacción. Llama la atención la relativa brevedad de la obra –en comparación con otros tratados filosóficos de la época– y el hecho de que estuviera escrita en francés, es decir, en el idioma del pueblo, y no en latín. Sin embargo, el estilo académico latino todavía se nota en las oraciones largas e intrincadas, de modo que la calidad literaria del escrito deja mucho que desear. El tratado consta de seis partes en las que se pueden encontrar varias referencias a que la obra es solo un informe preliminar que introduce en tres ensayos científicos sobre dióptrica, meteorología y geometría. Como era bastante habitual en las décadas de los años 20 y 30 del siglo XVII, Descartes también intentó, en las dos secciones finales del tratado, anticiparse a la posible crítica de la Iglesia. Asegura que, con su escrito, no quiere poner en duda las doctrinas teológicas.
Planteamientos de interpretación
- Descartes ofrece una epistemología que solo reconoce como correcto y bueno lo que el pensamiento propio individual confirma como correcto y bueno. Se niega la fe en la autoridad. El proceso del conocimiento comienza para el humano con la duda, el cuestionamiento crítico del conocimiento anterior.
- Si bien las pruebas de Dios se basan en la existencia de un Dios perfecto, responsable de la creación, no le reconocen mucha importancia a la Iglesia como institución. Desde el punto de vista actual, estas pruebas parecen artificiales. No encajan con la radicalidad de la duda que, por lo demás, Descartes recorre sin compromiso.
- Descartes representa un racionalismo mecánico. El cuerpo animal es para él una máquina sin alma que está organizada mecánicamente. Implícitamente, Descartes repite el llamado bíblico al humano –que sí tiene alma– para someter a la naturaleza. El humano gana una posición especial respecto a los animales, lo que solo lo llevará a cuestionar nuevamente la teoría de la evolución.
- El Discurso del método aumenta considerablemente la importancia del análisis (de la palabra griega para “descomponer”) como método científico. De esta manera prepara el terreno sobre el cual se desarrollará la ciencia a partir de finales del siglo XVII.
- Descartes separa radicalmente el cuerpo y la mente, por un lado, el pensamiento puro sin corporeidad y, por el otro, la corporeidad sin pensamiento. Sin embargo, la manera como ambos están relacionados es una pregunta que hasta ahora preocupa a los filósofos y a los investigadores del cerebro. Si, por ejemplo, alguien toma la decisión de mover su mano, esta se mueve. Así que el pensamiento y el cuerpo deben estar conectados de alguna manera.
- La estricta diferenciación entre pensamiento y cuerpo se denomina “dualismo cartesiano”. El mundo corpóreo (piedras, plantas, animales, nuestro propio cuerpo) no es penetrado por el alma. Por eso, a los esotéricos, el racionalista Descartes los saca de sus cabales.
Antecedentes históricos
Europa en el siglo XVII
La primera mitad del siglo XVII fue para Europa una época rica en conmociones. Más de la mitad de la población del continente se vio afectada por los disturbios de la Guerra de los Treinta Años, que fue consecuencia de las divisiones religiosas. Esto condujo a una marcada conciencia del carácter efímero de todas las cosas y puso un fin abrupto a la visión optimista del mundo del Renacimiento. También la Europa espiritual se agitó considerablemente. Unos 100 años antes, Nicolás Copérnico había reemplazado la visión geocéntrica del mundo por la heliocéntrica, la cual fue confirmada a principios del siglo XVII por Johannes Kepler y Galileo Galilei. La Iglesia católica reaccionó con intolerancia, la Inquisición y la quema de herejes. La filosofía de esa época es inseparable de las matemáticas. Estas últimas proporcionaron un método muy exitoso para deducir muchos detalles a partir de muy pocos principios. Este método se aplicó entonces en todas partes, incluso en la filosofía. Algunos grandes filósofos de ese periodo, como Gottfried Wilhelm Leibniz o Blaise Pascal, fueron genios matemáticos. El propio Descartes es también, por ejemplo, un pionero del cálculo infinitesimal y el inventor de la geometría coordinada. Así que, en el siglo XVII, el pensamiento matemático tenía (y todavía tiene hasta la fecha) carácter de modelo. El objetivo era hacer de la filosofía una especie de matemática universal de la que podría deducirse todo.
Origen
De una entrada en su diario se desprende que los primeros pensamientos de Descartes sobre su método se anotaron el 10 de noviembre de 1619. Desde su juventud se esforzó en que las reglas lo llevaran a conocimientos. Ya no quería conformarse con los principios de la lógica tradicional. Más bien, el autor pretendía reglas que lo llevaran a encontrar algo nuevo. Un primer intento fracasó. En 1628 Descartes comienza a trabajar en Reglas para la dirección del espíritu. Nueve años después aparece finalmente el Discurso del método. Sin embargo, se abstuvo de integrar en la publicación sus estudios de matemáticas y filosofía natural. La acusación contra Galileo lo había intimidado demasiado. Sin embargo, sus amigos le aconsejaron que publicara el escrito de todos modos, lo que ocurrió en 1637, aunque de manera anónima y con una discusión exhaustiva de los motivos que indujeron al autor para la publicación. Unos meses antes de la publicación, Descartes consiguió prestado el escrito del Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo de Galilei que confirmaba la imagen heliocéntrica de Copérnico. Descartes intentó evitar formulaciones imprudentes como las que habían llevado a la Iglesia a enjuiciar a Galilei. En vano: también el Discurso del método fue puesto más tarde en el Índice.
Historia de la influencia de la obra
Aunque Descartes ya se había establecido en 1628 en los Países Bajos para vivir en un clima más tolerante, el Discurso del método fue atacado inmediatamente después de su publicación. Los teólogos de Utrecht argumentaron que la comprensión de Dios de Descartes no estaba en consonancia con la teología oficial. Solo gracias a la intervención del embajador francés en La Haya, Descartes no fue expulsado. El diplomático también consiguió, finalmente, que el libro no fuera quemado. Sin embargo, Descartes estaba muy consternado. Se consideraba como un católico sincero y nunca había negado su educación jesuita en la juventud. Por consiguiente, y para mostrar su buena voluntad, más tarde dedicó su obra Meditaciones metafísicas a la Facultad de Teología de la Universidad de París. Sin éxito, en 1663, todas las obras de Descartes fueron puestas en el Índice de la Iglesia. Hoy se atribuye a Descartes haber emancipado a la filosofía de la teología.
Gracias a Descartes el siglo XVII entró en la historia de la filosofía como el siglo del método. Poco después, filósofos de toda Europa se unieron a la corriente iniciada por él, el cartesianismo. Descartes colocó el Yo pensante en el centro de la filosofía, comenzó la conciencia metodológica científica y la filosofía de la razón y el sujeto. Immanuel Kant se refirió explícitamente a él en su filosofía de la razón. G. W. F. Hegel y Karl Marx observaron en Descartes el intento de liberar a las personas de las relaciones de poder y dependencia.
La separación del cuerpo y el alma de Descartes fue poco correspondida en la filosofía occidental. A partir del siglo XIX esta interpretación ha apoyado un materialismo popular que solo reconoce la realidad del mundo de los cuerpos. El abismo entre el humano y el animal que abrió Descartes fue rellenado nuevamente más adelante por la teoría de la evolución. En opinión de muchos franceses, el Discurso del método dio forma al carácter nacional francés en el sentido de la lógica y el orden, el deliberado esprit cartésien. El empirismo que prevalecía en Inglaterra al mismo tiempo se ocupó más de la experiencia. Esta diferencia puede verse todavía hoy: en Francia, el racionalismo deliberado del orden y la claridad, y en Inglaterra, el empirismo establecido en la práctica.
Sobre el autor
René Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en La Haya como descendiente de una familia noble. Después de asistir al famoso Colegio Real jesuita en La Flèche, a los 21 años, en 1617, ingresó en el ejército de la Liga Imperial, bajo el mando del general Tilly. Pero su interés se centraba, sobre todo, en las matemáticas. Cuando en su calidad de aspirante a oficial observó la trayectoria de un proyectil de artillería, descubrió la geometría analítica y tomó la decisión de construir una ciencia natural unificada sobre una base matemática. En 1621 Descartes renunció al servicio militar y viajó por Europa, siempre en busca de intercambios con otros científicos. En 1630 emigró a los Países Bajos, donde esperaba una mayor tolerancia para su investigación. Ahí se dedicó a cuestiones médicas y metafísicas. Sin embargo, intimidado por las acusaciones contra Galileo Galilei, no pudo decidirse a publicar su obra cosmológica El mundo. En 1637 publicó anónimamente su escrito Discurso del método para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias. En 1641 siguió la publicación de Meditaciones metafísicas y luego, en 1644, Los principios de la filosofía. Después de haber mantenido correspondencia durante varios años con la reina Cristina de Suecia, Descartes aceptó una invitación de la monarca para ir a Estocolmo. Allí murió de una neumonía el 11 de febrero de 1650.
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