Friedrich Schiller
Don Carlos
Infante de España
1787
Was ist drin?
El drama español de Schiller es un manifiesto sombrío contra la represión y una declaración de libertad.
- Drama
- Clasicismo de Weimar
De qué se trata
El drama de la libertad
Ninguna otra obra de Schiller provocó tantas controversias entre los críticos como Don Carlos, pues no podían ponerse de acuerdo sobre si se trataba de un drama familiar o uno ideológico-revolucionario, o si era una obra de juventud tardía o un clásico temprano. A decir verdad, es todo eso y mucho más. La obra transcurre en la España absolutista del siglo XVI y trata de la relación problemática entre el rey Felipe II y su hijo Carlos, del amor desesperado de este por su madrastra, de los celos y las intrigas cortesanas y de la sed de libertad de los oprimidos. En la historia de la familia real destrozada se refleja también la situación de un sistema político que se pudre desde dentro. Aunque en la obra fracasan los sueños idealistas del marqués de Posa de la victoria de la libertad y la razón, pronto esas ideas ya no podrán ser detenidas. Dos años después del dramático himno a la libertad de Schiller estalla la Revolución francesa. Hoy día la obra puede servir como un recordatorio de que no hay que dar por sentadas las libertadas otorgadas.
Ideas fundamentales
- Don Carlos surgió en la transición de las obras de juventud de Schiller a sus obras tardías, entre el movimiento Sturm und Drang (tormenta e ímpetu) y el periodo clásico.
- Tiene lugar en España durante el reinado del despótico rey Felipe II.
- Carlos, el hijo de Felipe, está enamorado de su madrastra Isabel; su padre es un extraño para él.
- El marqués de Posa, amigo de Carlos, quiere involucrarlo en la liberación de Flandes.
- Mientras tanto, un par de cortesanos intrigantes alimentan las sospechas del rey de que su esposa lo engaña con su hijo. Felipe está furioso de celos.
- Harto del oportunismo de la corte, le encarga al independiente marqués de Posa que averigüe la verdad.
- Sin embargo, este aspira principalmente a cumplir su objetivo político: la liberación de Flandes. No pone a Carlos al corriente de sus planes y por lo tanto pierde su confianza.
- Para salvar a su amigo, el marqués se acusa a sí mismo de amar a la reina y el rey lo mata a tiros.
- Ahora Carlos quiere obedecer la última voluntad de Posas y se prepara para partir a Flandes para dirigir ahí la rebelión.
- Pero la decisión llega demasiado tarde: el rey se enteró de los planes y entrega a Carlos y a Isabel a la Inquisición.
- Originalmente concebida como una tragedia familiar principesca, la obra se transformó en un drama ideológico-político durante una fase creativa de cuatro años.
- Dos años antes de la Revolución francesa, Schiller expuso aquí una declaración de los ideales republicanos de libertad, igualdad y fraternidad.
Resumen
Prisionero en la corte real
Don Carlos, el príncipe heredero de España, lleva una vida miserable en la corte real de Aranjuez. Su madre murió poco después de su nacimiento y su padre, el rey Felipe II, siempre lo ha tratado como a un extraño. Aunado a esto lo atormenta un terrible secreto que le confiesa a su único amigo y confidente, el marqués de Posa: ama a su madrastra, Isabel de Valois, a quien le habían prometido como esposa pero para consolidar la paz entre Francia y España se casó con el rey. El marqués de Posa muestra compasión por Carlos, sin embargo sus pensamientos giran en torno al destino de las provincias flamencas, que están en abierta rebelión contra el dominio español. El marqués trata de contagiarle su propia visión idealista al enfermo de amor Carlos con la esperanza de que el hijo del rey traiga paz y libertad a las provincias. Puesto que Isabel comparte los ideales políticos de Posa, este acepta organizar una reunión secreta entre ella y Carlos.
Sentimientos rechazados
Por lo general la reina está rodeada todo el día de damas de la corte u otros guardianes de las buenas costumbres, pero gracias a la mediación de su amigo, Carlos se encuentra a solas con su amada durante unos minutos y le confiesa su amor con palabras ardientes. Isabel se extraña y lo rechaza. Si bien es cierto que no ama a su marido lo honra y no tiene la intención de involucrarse en una aventura amorosa mortal. En cambio apela a los deberes de Carlos como heredero al trono, le ofrece amistad maternal y le entrega unas cartas de los Países Bajos que recibió del marqués. Cuando el rey se presenta su hijo desaparece a toda prisa.
“Un horrible / secreto arde en mi pecho. Es necesario, / imprescindible, que salga. En tu pálido semblante / quiero leer mi sentencia de muerte. / Escucha… tiembla… pero no respondas nada… / Amo a mi madre””.
Felipe enfurece cuando, en contra de las reglas de la corte, encuentra a su esposa sola en el jardín y como castigo expulsa de España a una de sus damas de honor. Sus celos enfermizos entristecen a Isabel, quien recuerda con melancolía su Francia natal donde la gente disfruta de mucha mayor libertad. Por su lado el rey reflexiona sobre el peligro que para él representa su hijo y luego le anuncia a su horrorizada esposa que la llevará al día siguiente a unas quemas de herejes en Madrid.
Juramento y desavenencia
Carlos ha perdido la esperanza de que Isabel pueda corresponder a su amor. Le explica al marqués que quiere interceder a favor de los Países Bajos y que le pedirá a su padre que lo envíe allá con un ejército en lugar del cruel duque de Alba. Al final de una emotiva conversación ambos se juran amistad y hermandad eternas y así su alianza seguirá siendo válida cuando algún día Carlos se convierta en rey.
“Si algún día olvidase que él es mi padre, / ¿qué sería el rey para mí”?
Sin embargo no se logra la esperada reconciliación con el padre. Felipe trata con frialdad y desconfianza la solicitud de amor paterno de Carlos. Solo brevemente surge un asomo de arrepentimiento cuando Carlos evoca la triste imagen de un soberano viejo y solitario que ha repudiado a su único hijo. Pero cuando Carlos le pide que lo envíe a Flandes, Felipe vuelve a ser un tirano insensible y le replica ásperamente que a sus 23 años es demasiado joven e inexperto para esa gran tarea y que, además, con el ejército más poderoso de España a su lado incluso podría potencialmente convertirse en un enemigo subversivo y parricida. Carlos retrocede consternado y deja a Felipe con palabras funestas. Tras un momento de reflexión el rey le dice a un sorprendido duque de Alba que en el futuro Carlos debería estar más cerca del trono de lo que ha estado hasta ahora.
La cita fatal
Una carta misteriosa pone nuevamente de cabeza el mundo de Carlos pues en ella se le pide una cita en la antecámara de la reina. La nota está firmada con la letra E. ¿Elizabeth? Cuando entra el príncipe enamorado piensa que se ha equivocado de habitación porque en lugar de la reina está la princesa de Éboli, una de las damas de honor de Isabel. Había sido ella quien invitó a Carlos a una cita romántica porque pensó equivocadamente que la lánguida mirada de él era para ella en lugar de la reina. En un intento desesperado de ganarse a Carlos la princesa le muestra una carta del rey, de la que deduce que Felipe quiere hacerla su amante. Después de mucho ir y venir ambos reconocen que hay un malentendido. La princesa de Éboli exige la devolución de la carta pero Carlos no la suelta y sale de la habitación. Solo ahora la princesa entiende con dolor que Carlos ama a su madrastra y jura vengarse por el rechazo.
El complot
Mientras tanto el duque de Alba y Domingo, el confesor del rey, urden un plan en contra de Carlos y la reina pues los consideran partidarios peligrosos de las nuevas ideas liberales y, por consiguiente, enemigos de la Iglesia católica y de la corona española. En él prevén reforzar con alusiones hábilmente dispersas la sospecha del rey de que Isabel lo engaña con Carlos. Mientras discuten sus estrategias, aparece la princesa de Éboli y le hace saber a Domingo, quien evidentemente está actuando como alcahuete del rey, que ha reconsiderado y desea recibir al rey. Herida en su orgullo, explica que su cambio de opinión se debe a que tiene pruebas de la infidelidad de la reina y, por tanto, ya no está atada por reparos morales. El duque y Domingo se entusiasman y convencen a la princesa de que le presente la evidencia al rey durante su encuentro amoroso. A fin de cuentas ella tendría más credibilidad que ellos, a quienes Felipe reconocía como enemigos del príncipe.
“Isabel / fue vuestro primer amor. Que el segundo / sea España. ¡Con qué gusto, mi buen Carlos, / cedo el lugar a esta mejor amante”!
Carlos se encuentra con el marqués de Posa en un convento cartujo y le informa que no irá a Flandes ante la negativa del rey. Pero a Carlos le parece mucho más importante la noticia de la infidelidad de Felipe hacia su esposa y grita con entusiasmo que ahora son libres. Posa no comparte la alegría de su amigo y tampoco cree en la virtud de la princesa de Éboli por lo que le advierte a Carlos de la venganza del amor decepcionado. Además le desagrada que los ideales políticos del príncipe se hayan reducido a nada frente a sus fantasías románticas. Finalmente, Carlos le arrebata la carta delatora que Felipe había enviado a la princesa de Éboli para mostrársele a su madrastra, pero el marqués lo reprende: ¿quiere acaso herir los sentimientos de Isabel y a eso también llamarlo amor? Cuando se despide le promete a su amigo que arreglará una nueva reunión entre él y la reina para que ella le hable a Carlos de la conciencia política.
Celos reales
La princesa de Éboli sustrae del cofre de la reina antiguas cartas que Carlos le envió a Isabel, así como un medallón y se los entrega al rey, quien llama a Alba y a Domingo para que investiguen la posible infidelidad de su esposa. Ambos tratan de intensificar las sospechas de Felipe sin mostrarse a sí mismos como delatores, pero el rey descubre su juego y los despide con enojo. Corroído por las dudas, revisa una lista de hombres nobles en un intento de encontrar ayuda desinteresada. De la lista le llama la atención que el marqués de Posa sea el único de toda su corte que nunca se presentó ante él como peticionario. Sin vacilar envía a Alba para que le avise al marqués que desea su presencia ante él lo más pronto posible.
Vientos de cambio
El marqués impresiona al rey, a pesar de que se confiesa abiertamente ser partidario de las ideas liberales, amigo de la humanidad y opositor del absolutismo y de la Inquisición. Habla de las provincias que buscan su libertad en Flandes y describe la paz que prevalece en España como el “reposo de un cementerio”. Este apasionado discurso desconcierta a Felipe, pero al mismo tiempo encuentra refrescante esta honestidad cautivadora después de años de adulación y oportunismo. El rey le advierte al marqués sobre la Inquisición y le encarga averiguar la verdad sobre su esposa e hijo. Después le informa a todos los cortesanos que en el futuro el marqués de Posa será recibido sin necesidad de ser anunciado.
“¡Sacrificar hombres por el género humano / es mayor misericordia, príncipe mío, / que amar a los hombres que ponen en peligro a la humanidad”!
El marqués no quiere desaprovechar la oportunidad del momento. Sin permitir que el rey se entere quiere enviar a Carlos a Flandes para que dirija la rebelión. Isabel se entusiasma y le promete su ayuda. Pero en Carlos empiezan a surgir dudas negativas de su amigo. El conde de Lerma le dice al oído que el marqués ha sostenido una larga plática con su padre y ahora está a su servicio. Poco después el marqués le pide que por precaución deje su portafolio pues lleva en él cartas y documentos importantes. Renuente, Carlos se separa de los documentos pues en él todavía predomina la confianza en su amigo.
La sospecha sigue a la sospecha
En el palacio la reina le informa a su esposo que de su cofre le han robado unas cartas y un medallón. El rey la interroga e Isabel responde con franqueza a las preguntas desconfiadas de su esposo. En efecto, las cartas son de Carlos, quien le había escrito antes de su boda con Felipe. De pronto Isabel ve a su hija que juega con el medallón robado, lo que no deja lugar a dudas de que su esposo está detrás del robo. Con valentía se enfrenta a su esposo e insiste en su inocencia y en su derecho de mantener una relación inofensiva con su hijastro. Pero Felipe sigue haciendo insinuaciones negativas que ante lo acalorado del momento le provocan un desmayo y en su caída queda herida. A continuación, el marqués revela el complot: le muestra al rey la carta de la princesa de Éboli a Carlos y desenmascara a los intrigantes Alba y Domingo. Felipe reconoce su injusticia.
“¡Oh, Carlos! / ¡Cuán pobre y miserable te has vuelto, / desde que solo te amas a ti mismo”!
Carlos, convocado por la revuelta, se entera por Lerma de que el marqués le ha mostrado al rey las cartas que guardaba en su portafolio y que, además, ha sido nombrado ministro. Carlos cree que ha sido traicionado. En su angustia acude a toda prisa con la princesa de Éboli y le ruega de rodillas que lo deje pasar a ver a Isabel, pero justo en ese momento el marqués entra en la habitación y supone erróneamente que Carlos le ha confesado todo a la princesa y para su propia protección lo manda arrestar. El marqués casi apuñala a la princesa por miedo a que ella pueda traicionar la confesión de Carlos. En su desesperación histérica la princesa corre con la reina y le confiesa la intriga y su adulterio con el rey. Es desterrada a un convento.
Sacrificio y perdición
El marqués le pide ahora a la reina que en unas pocas líneas apoye a Carlos en su misión política. Ella se lo promete. Posa oculta su propio sacrificio: a sabiendas de que todo el correo a Flandes es interceptado por el rey, envía una carta a Bruselas en la que se acusa a sí mismo de amar a la reina. Visita a Carlos en prisión y le revela toda la verdad. Su único error fue no haber confiado en él antes. De repente se oye un tiro. El marqués de Posa recibe un disparo a través de la puerta enrejada. El rey aparece triunfante y quiere abrazar a su hijo, pero este retrocede horrorizado. Le explica a su padre que el marqués se sacrificó por él y le revela la artimaña de la carta. Al mismo tiempo estalla una rebelión a las puertas del palacio; es el pueblo que exige la liberación de su príncipe heredero.
“Yo amo / a la humanidad y en las monarquías, solo / puedo amarme a mí mismo””.
El sacrificio de su amigo tiene a Carlos destrozado, pero cuando se entera de que la reina quiere verlo, la vida regresa a él. Va a verla a la medianoche y se disfraza de monje para engañar a los guardias, ya que ellos profesan la creencia popular de que el espíritu de su abuelo, el emperador Carlos V, atraviesa el castillo por las noches vestido con un hábito de monje. Lo que Carlos no sabe es que el marqués le escribió una carta antes de su partida en la que expone en gran detalle cada fase de la guerra de independencia que con ayuda de Carlos se liberaría a los Países Bajos del reinado de terror español. Pero esta carta también es interceptada y cae en manos del rey. Por su lado, Felipe se entera de que Isabel está involucrada en la conspiración, por lo que decide entregarla al anciano y ciego gran Inquisidor, que lo reprende severamente pues el rey nunca debió haberle disparado a un hereje como el marqués de Posa. Juntos van a las habitaciones de la reina, a donde Carlos acaba de llegar para despedirse de ella antes de partir hacia Flandes. Frío y controlado, el rey pone a su esposa e hijo en manos del gran inquisidor.
Acerca del texto
Estructura y estilo
El drama en cinco actos de Don Carlos se apega estrictamente a las reglas de la teoría del drama clásico en el que para preservar la unidad de lugar, tiempo y acción que ahí se exigen, Schiller trata la cronología histórica de los acontecimientos con gran libertad poética. En la obra sucede en cinco días lo que en realidad ocurrió a lo largo de 20 años. El primer acto presenta a los personajes y la situación inicial; en el segundo acto la acción se agrava con el malentendido de la princesa de Éboli y, en el tercero, se alcanza el clímax con el discurso idealista del marqués al rey. En el cuarto acto la intriga de los cortesanos lleva a un cambio (peripecia) y, finalmente el quinto acto termina con una catástrofe, la caída de Posa, Carlos e Isabel. En Don Carlos Schiller sigue también la llamada cláusula de las clases, según la cual todos los personajes principales de un drama deben ser de origen noble. Renuncia aquí a la prosa realista de sus primeras obras en favor del verso blanco sin rima con sus cinco yambos (un yambo es una combinación de una sílaba no acentuada y una acentuada como, por ejemplo, en la palabra traición). Schiller aumenta la tensión dramática de una manera que recuerda a la novela policiaca en la que con ayuda de indicios y supuestos vagos plantea acertijos que se resuelven después de algunas demoras. Por un lado, esto lleva a sorpresas y, por el otro, también contribuye a la confusión. A veces se puede perder la visión de conjunto por las intrigas y contraintrigas involucradas.
Planteamientos de interpretación
- Don Carlos es tanto un drama familiar como uno ideológico-político. En el centro está el conflicto entre padre e hijo que, en apariencia privado, es también un reflejo del choque de épocas y valores: el Absolutismo contra la Ilustración.
- El marqués de Posa funge como portavoz de Schiller cuando da a conocer sus ideas liberales. Pero, al mismo tiempo, la dialéctica de la Ilustración también resuena en este personaje: en nombre del progreso de la humanidad el marqués sacrifica la libertad del individuo al instrumentalizar a Carlos para sus objetivos. Con ello infringe sus propios principios y, por tanto, tiene que fracasar.
- La figura de Don Carlos representa el desgarramiento entre la aspiración egoísta a la felicidad y el compromiso desinteresado con la humanidad. Reflexiona en su responsabilidad solo cuando ya es demasiado tarde. Su eterna vacilación se convierte en su perdición.
- En la reina Isabel Schiller creó un personaje femenino inusualmente fuerte para su época. Si bien comparte los ideales políticos del marqués, no cree que el fin justifique los medios.
- Los cortesanos intrigantes Alba, Domingo y Éboli combaten las nuevas ideas solo por motivos personales, ya sea para vengarse o para conservar su poder. El verdadero enemigo de la Ilustración es la Inquisición, que trata de preservar la hegemonía de la Iglesia con métodos crueles. Su victoria al final prueba la idea del marqués de estar adelantado a su tiempo.
- En Don Carlos Schiller formula los ideales republicanos de libertad, igualdad y fraternidad dos años antes de la Revolución francesa. Al permitir que estos ideales fracasen al final, expresa sus dudas acerca de su viabilidad, las cuales aumentarán a finales del siglo XVIII.
Antecedentes históricos
Entre el Sturm und Drang y el clasicismo de Weimar
Don Carlos de Schiller se estrenó en 1787, dos años antes de la Revolución francesa. La acción tiene lugar en 1568, durante el reinado de Felipe II, que se inscribió en la historia como el “rey sombrío”, en la era del Absolutismo y la Inquisición española. Si bien fuentes históricas brindan información sobre la difícil relación entre Felipe y su hijo Carlos, que fue acusado por su padre de traición y murió en la cárcel en 1568, no se sabe con seguridad nada acerca de una relación amorosa con su madrastra. Como el propio Schiller manifestó, en su versión de los acontecimientos históricos chocaron “dos siglos muy diferentes”. Schiller interpreta la historia de la insurrección de los Países Bajos contra la corona española totalmente en el sentido de la Ilustración del siglo XVIII, que el filósofo Immanuel Kant definió en 1784 como “la salida del hombre de su minoría de edad, de la cual él mismo es culpable”. En el centro del pensamiento ilustrado ya no está Dios, sino el hombre. La demanda del marqués de Posa al rey de “Dadnos la libertad de pensar” fue también un llamamiento de Schiller a los déspotas de su época que gobernaban en los pequeños estados feudales absolutistas de Alemania. En cuanto al contenido, la postura fundamental revolucionaria y anticlerical de Don Carlos sugiere una clasificación en la serie de los llamados dramas juveniles (Los bandidos, Intriga y amor) del periodo Sturm und Drang de Schiller. Formalmente, sin embargo, ya se estaba moviendo a los principios del clasicismo de Weimar: la creencia en el poder creativo e indómito del genio dio paso a la convicción de que un artista debe aspirar más bien a los ideales objetivos y atemporales del bien, lo bello y lo verdadero. Por consiguiente, Don Carlos también se considera una “pieza de articulación” entre las obras del Sturm und Drang de Schiller y los dramas históricos clásicos posteriores (Wallerstein, María Estuardo).
Origen
De ninguno de sus otros dramas proporcionó Schiller tantas versiones distintas como de Don Carlos, que data de los años 1782-1787. Poco después del estreno de su ópera prima Los bandidos, el barón de Dalberg, quien era el intendente del teatro nacional de Mannheim, le señaló a Schiller la Historia de don Carlos, hijo de Felipe II, del año 1672, del abate de Saint-Réal. Ya Saint-Réal, a diferencia de las fuentes históricas, había glorificado enérgicamente la figura del hijo del rey a expensas de su padre. Sin embargo –o quizá precisamente por eso– en julio de 1872 Schiller le escribió a Dalberg que la historia merecía “de todas formas el pincel de un dramaturgo”. Su idea original era esbozar “un cuadro familiar en una casa principesca” y para ello se sirvió del modelo de Hamlet de Shakespeare, a cuyo protagonista comparó con su Carlos. A partir de 1785 Schiller empezó a publicar los primeros fragmentos del drama en la revista Rheinische Thalia, fundada por él. Creía que las reacciones y las críticas de los lectores podrían ser útiles para el proceso creativo. Al parecer, siempre tenía dudas sobre su obra. Todavía en 1786 escribió en Thalia: “Casi no hace falta decir que Don Carlos no puede convertirse en una obra de teatro”. En otoño de ese mismo año decidió, sin embargo, preparar la primera edición del libro. Extendió la obra a medio terminar de una tragedia familiar a un drama ideológico-político al darle más importancia a la figura del marqués de Posa. Cuando apareció la obra en junio de 1787 Schiller estaba muy insatisfecho con ella. A lo largo de los años la revisó una y otra vez, la última, en el año de su muerte en 1805, ahora con el título de Don Carlos. Impresionado por los horrores de la Revolución francesa, suavizó el texto y le quitó algo del patetismo revolucionario de la primera edición.
Historia de la influencia de la obra
Don Carlos se estrenó con gran éxito el 29 de agosto de 1787 en Hamburgo. Le siguieron Leipzig y Riga en ese mismo año y, en 1788, Fráncfort, Mannheim y Berlín. Con 6.282 versos en la primera edición –y todavía 5.370 versos en la última versión reducida por Schiller– el drama es uno de los más largos de la historia del teatro alemán. Sin embargo, se ha impuesto con el público. Un compañero constante de la obra fue la censura, sobre todo, la descripción crítica del clero católico y la escena del marqués con el rey al final del tercer acto (“dadnos la libertad de pensar”) fueron repetidamente víctimas del lápiz rojo. Por el contrario, debido a esa fuerza explosiva, la obra resulta apropiada para la actualización. Dependiendo de la situación política en general y de la sensibilidad individual de Schiller, los directores escenificaron la obra como un drama amoroso o ideológico, como tendencia política o episodio histórico, como tragedia burguesa o drama de purificación. Con motivo de la Exposición Mundial de 1867, Giuseppe Verdi le puso música a Don Carlos para la Ópera de París y, desde principios del siglo XX, la obra ha sido filmada varias veces para el cine y la televisión. En 1990 el dramaturgo Tankred Dorst hizo una adaptación de Don Carlos en la que, apoyándose estrictamente en fuentes históricas, reinterpretó a los héroes idealizados de Schiller en una especie de héroes modernos.
Sobre el autor
Friedrich Schiller nació el 10 de noviembre de 1759 en Marbach am Neckar como hijo de un oficial. Por orden del gobernante de Wurtemberg Carlos Eugenio, fue admitido en su escuela de élite en Stuttgart. A Schiller no le gustaba en absoluto el adiestramiento militar de ese internado, aunque el profesorado y la formación profesional eran excelentes. Primero estudió derecho y luego medicina. Pero la escritura atrajo mucho más poderosamente al joven. Más o menos en secreto escribió su primer drama, Los bandidos, que se estrenó en Mannheim en 1782. Cuando cruzó las fronteras del país contra la voluntad de Carlos Eugenio, lo castigaron con prisión y la prohibición de escribir. Schiller eludió la prisión cuando huyó una vez más y continuó su trabajo literario. Aparecieron los dramas juveniles La conjuración de Fiesco (1783) e Intriga y amor (1784). Bajo constantes dificultades financieras se trasladó con su amigo y mecenas Christian Gottfried Körner a Sajonia, donde, entre otras cosas, escribió la Oda a la alegría, más conocida por la versión musical de Beethoven, así como Don Carlos (1787). Debido a su muy conocido estudio Geschichte des Abfalls der Vereinigten Niederlande (Historia de la insurrección de los Países Bajos Unidos), Goethe lo propuso en 1788 para la cátedra de historia en Jena. Aquí Schiller redactó sus escritos estéticos e históricos y se casó en 1790 con Charlotte von Legenfeld. Después de mudarse a Weimar en 1799 Schiller trabó amistad con Goethe. Esto dio como resultado una de las más fructíferas amistades entre poetas. Cerca de Goethe, Schiller terminó su primer drama histórico clásico, la trilogía Wallenstein. Le siguieron María Estuardo y La doncella de Orleans (ambas de 1801), La novia de Messina (1803) y Guillermo Tell (1804), pero también una extensa obra lírica. En 1802 recibió el título de nobleza. Su mala constitución física lo obligaba a estar constantemente en cama. Schiller murió en Weimar el 9 de mayo de 1805.
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