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El Cid

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El Cid

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Was ist drin?

La obra maestra de Corneille sobre el poder del amor y el honor sigue siendo muy emocionante y conmovedora.


Clásico de la literatura

  • Drama
  • Barroco

De qué se trata

El amor y el honor cruzan las armas

¿Puede uno contar con el amor de su enamorada cuando se ha matado a su padre? ¿Puede uno casarse con el asesino de su padre sin renunciar a su propio honor? El Cid, de Pierre Corneille, presenta un dilema trágico clásico y lo lleva casi hasta el amargo final en un viaje impresionante y vertiginoso de enredos, alegatos y sentimientos. Por supuesto, el concepto del honor en el que se basa esta obra del siglo XVII hace mucho que pasó de moda. Pero todavía hoy se lee con pleno entusiasmo e interés la maestría con la que Corneille organiza el material, así como los diálogos apasionantes en los que chocan entre sí las energías contradictorias y los principios de las grandes almas. En la obra no se llega a saber mucho del héroe nacional de España. En cambio, el autor entreteje una defensa de la monarquía absolutista que fue recibida positivamente por los gobernantes de aquel entonces. Después del fenomenal éxito de la obra entre el público, algunos rivales envidiosos de Corneille desencadenaron un desagradable debate sobre el cumplimiento de las reglas en el El Cid. Mientras tanto, la obra ha dejado muy atrás las críticas mezquinas; indiscutiblemente se encuentra entre las obras maestras del drama clásico.

Ideas fundamentales

  • Una tragedia con buen final, El Cid fue un éxito teatral del siglo XVII.
  • Contenido: El caballero Rodrigo y la noble Jimena se aman, pero son obligados a enfrentarse en una batalla de venganzas. Para salvar el honor de su padre, Rodrigo debe matar al padre de Jimena, y a su vez Jimena está obligada a exigir la muerte de Rodrigo. Cuando Rodrigo se convierte en un héroe de guerra, el amor y el honor se reconcilian.
  • El honor es el tema central: la obra sigue la dinámica fatal de la necesidad de venganza.
  • El amor también se somete al sentimiento del honor.
  • El conflicto maravillosamente agravado y el lenguaje refinado hacen de El Cid una obra emocionante y conmovedora.
  • El Cid es un drama de conciencia. La tragedia se desprende del interior de los personajes de la obra.
  • Mediante la figura del rey, Corneille apoya el absolutismo que estaba surgiendo en la Francia de la época.
  • El Cid se remonta a un drama español sobre el héroe nacional castellano del mismo nombre, el Cid Campeador.
  • Su éxito provocó un acalorado debate sobre las presuntas violaciones del autor a los preceptos tradicionales del drama.
  • Cita: “Te hice daño… y tuve que hacerlo, porque solo así / Podía borrar mi deshonra y ser digno de ti”.

Resumen

La preparación de una boda feliz

Jimena, la hija de don Gómez, recibe una estupenda noticia durante una conversación con Elvira, su confidente y amiga: don Gómez favorece como su novio a don Rodrigo, el joven noble del que ella se ha enamorado perdidamente. Jimena está tan feliz con la noticia que Elvira tiene que volver a narrar con todo detalle la entrevista con don Gómez. Además de Rodrigo, el candidato preferido de Jimena, don Gómez también consideró como novio a don Sancho, un joven gentilhombre de España. Pero sobre todo habló de Rodrigo como el yerno ideal. La alegría de Jimena es enorme. Brevemente, se ve frenada por el temor a un inesperado e insidioso golpe de suerte.

“Un dilema irresoluble me destroza / el corazón que ama no quiere lo mismo que la mente””.

La Infanta, hija del rey Fernando de Castilla, anhela un encuentro con Jimena. Llena de impaciencia, espera las noticias sobre su relación con Rodrigo. Su acompañante Leonor se sorprende por su vehemente curiosidad. La Infanta le recuerda que fue ella quien hizo que se conocieran y siempre ha trabajado para que se casen. Sin embargo, Leonor cree haber descubierto en su amiga real un sufrimiento silencioso por la dicha que se inicia. No se equivoca. Es un hecho que la Infanta también está enamorada de Rodrigo, pero su posición le prohíbe casarse con un caballero; su esposo debe ser un príncipe o un rey. Ha tejido el vínculo entre Jimena y Rodrigo para descartar cualquier otro anhelo. Espera volver a encontrar la paz cuando se lleve a cabo el matrimonio.

Una bofetada con terribles consecuencias

El rey está en busca de un instructor para su hijo. Anuncia su decisión en el Consejo: la honrosa tarea recae en el anciano don Diego, el padre de Rodrigo. Don Gómez, el padre de Jimena, que era considerado el favorito para el puesto, está indignado. En una conversación con Diego desahoga su ira y se describe a sí mismo como la única opción correcta y lamenta el gran error del rey. Diego, claramente de mayor edad que su rival, intenta calmarse y desviar la conversación a un terreno más agradable: pide, en nombre de su hijo, la mano de Jimena. Pero Gómez no sabe salir de su enojo. El caballero más joven le echa en cara al más anciano que a una edad tan avanzada ya no podrá acompañar activamente la educación del príncipe en el campo de batalla. Don Diego destaca su buen juicio y sus logros legendarios, y elogia desvergonzadamente sus últimas hazañas como comandante. En el curso del amargo intercambio de palabras surge una terrible provocación: Gómez le da a Diego una bofetada que este, debilitado por la edad, no puede parar con su espada.

“Un dilema irresoluble se abre aquí. / Tan obligado estoy con mi padre como con mi amada. / Si vengo a mi padre, destruyo la felicidad del amor. / Y si no me vengo, seré despreciable para ella””.

Don Diego se queda humillado de que Gómez se burle de él por anciano. No puede seguir viviendo deshonrado, pero le falta fuerza para la venganza. Finalmente, Diego le pide a su hijo Rodrigo que actúe en su lugar: solo mediante su victoria en un duelo con Gómez, Diego recuperaría su honor. Rodrigo lucha contra su destino: justo ahora que el camino parecía libre para celebrar el matrimonio con su amada Jimena, ¿tiene que matar a su padre? El honor vale mucho para él, pero no menos el amor. Al final, decide seguir la petición de su padre pues alguien que no supo defender el honor de su propia familia tampoco sería digno de Jimena.

Muerte al suegro designado

El gentilhombre don Arias intenta inducir a Gómez para que transija. Gómez debe, como corresponde, mostrar obediencia al rey y aceptar un castigo, con lo cual, el ultraje podría resolverse en la corte. Pero Gómez no quiere someterse a la voluntad del soberano. Sus servicios al reino han sido tan grandes como para permitírselo. Arias lo ve de diferente manera: al final Gómez es tan solo un vasallo como otros y el rey no le debe ningún favor. Gómez se enfurece de nuevo: el reino del rey se debe, ante todo, a sus hazañas y, por tanto, depende de él. Arias se marcha sin haber logrado nada, Gómez se queda enfadado.

“¡Lloren, lloren, ojos míos! ¡La mitad de mi vida ha sido sepultada! / La otra mitad fue la que le dio muerte. / Y ahora el deber me exige vengar / a la que ya perdí con la que aun me queda””.

Rodrigo aparece y reta a Gómez a un duelo. Al principio Gómez no toma en serio la exhortación y, en cambio, destaca las cualidades de Rodrigo como futuro yerno. Pero cuando el supuesto novio insiste a toda costa en la pelea, Gómez se deja llevar. Después de todo, también sabe que Rodrigo no puede seguir viviendo si el honor de su padre ha sido y permanece manchado.

“Y aun cuando sea grande el poder del amor / Para mí solo el deber es decisivo. / Rodrigo me es muy querido, mi corazón está de su parte, / pero acudo firme a donde mi honor me obliga””.

Mientras tanto, la Infanta trata de calmar a la desesperada Jimena: no todo está perdido, la disputa de los padres será resuelta pronto por el rey. Entretanto, para evitar lo peor, la Infanta sugiere que Rodrigo sea arrestado por el momento. Sin embargo, cuando quiere enviar a un paje, se entera de que Rodrigo y Gómez ya salieron para el duelo.

Un vengador da a luz al siguiente

En un diálogo con Leonor, la Infanta le confiesa sus pensamientos más íntimos. Una vez más su imaginación sobrepasa lo que su rango le permite: si Rodrigo vence a Gómez, reflexiona, entonces Jimena ya no podría casarse con él. En cambio, él podría conquistar reinos como héroe y, entonces, también sería posible considerarlo como esposo.

“Te hice daño… y tuve que hacerlo, porque solo así / Podía borrar mi deshonra y ser digno de ti. / Eliminada la mancha y limpio el honor del padre, / Solo en tus manos está ahora mi destino””.

Mientras tanto, el rey consulta con Arias y Sancho. Esta enojado por la terquedad de Gómez y ya no lo considera adecuado para ser en el futuro el elegido del soberano para encabezar las fuerzas armadas. Una preocupación más aflige al rey: le reportaron la presencia de diez barcos frente a la costa. Por lo visto, quieren obligar al reino a una batalla.

“Si tu sacrificio debe ser digno del mío / yo debo corresponder de la misma manera. / Para mostrarte digno de mí, me ofendiste profundamente. / Yo debo, por tu muerte, mostrarme digna de ti””.

El gentilhombre don Alonso da la noticia de la muerte de Gómez al rey y a los otros dos nobles. El rey expresa su comprensión por la venganza de Rodrigo, pero, al mismo tiempo, lamenta la pérdida de un general glorioso. Casi al mismo tiempo entran atropelladamente Jimena y Diego. Jimena exige la pena de muerte para el asesino de su padre, a fin de vengar su pérdida y salvaguardar la autoridad real. Diego considera justificado el acto de venganza de su hijo. Si a pesar de eso el soberano quiere castigarlo, debería matarlo a él, al padre. Después de todo, él mismo había exigido la venganza y Rodrigo todavía podía hacer mucho bien al reino con su fuerza.

Muerte al amado… por amor al honor

Rodrigo se encuentra con Elvira en la casa de Jimena. Quiere someterse directamente a la venganza de Jimena y está dispuesto a morir a manos de ella. Pero Elvira lo echa fuera: el honor de Jimena está en juego si ven al asesino de su padre en su casa. Poco después Jimena regresa a casa con Sancho, que le ofrece enfrentarse con Rodrigo para vengar la muerte de su padre. Jimena le da largas. Quiere esperar el veredicto del rey. Sola con Elvira lamenta desesperadamente su suerte: para salvar su honor, debe matar a su amado. Pero después, ella querría también morir a su lado.

“Con gusto disculpo tu apresuramiento en la venganza, / Además toda España defiende a su salvador. / Jimena debe abstenerse de sus planes de venganza. / No puedo hacer nada más por ella, cuando se queje””.

Rodrigo interviene y le propone a Jimena que lleve a cabo su venganza contra él en ese mismo momento, pero Jimena se niega. No puede permitir que su amado enemigo la ayude en su venganza. Juntos, la frustrada pareja lamenta las presiones del sentimiento del honor. Ambos se separan convencidos de que la venganza mortal de Jimena contra él es inevitable. A continuación, Rodrigo tropieza con su padre, que se alegra de encontrar todavía vivo a su hijo. Diego lo apremia para que dirija a las tropas que deben enfrentarse a los moros. Una victoria rápida podría conseguir la indulgencia del rey y poner fin a la venganza de Jimena.

La victoria contra los moros obliga a cambiar el modo de pensar

Rodrigo infligió una derrota aplastante a los moros y ahora ellos lo llaman con reverencia “el Cid”, que significa “señor”. El pueblo español lo considera como su salvador. Jimena teme que en medio de la euforia por la victoria ya no sea escuchada la voz del deber: su venganza. De hecho, poco después la Infanta le explica que ahora el plan de venganza se valoraría de manera diferente: con la muerte de Rodrigo, todo el país resultaría castigado. Así que le pide a Jimena que anteponga el bienestar del pueblo al suyo propio. Mientras tanto, el rey cubre de elogios al victorioso Rodrigo. La corona debe su continuación a su heroísmo. La venganza mortal de Jimena ya no será tolerada por el rey.

“Te opones, te quejas, pero lejos de tus querellas, / Si Rodrigo venciera, tu corazón lo aceptaría gustoso. / Así que deja de lamentarte y sométete al dulce yugo. / Quien sea el vencedor será tu esposo””.

Después de que Rodrigo ha descrito con detalle el curso de la batalla, le anuncian al rey la visita de Jimena. El rey le pide a Rodrigo que salga de la habitación. El rey engaña a Jimena por un momento: le anuncia que Rodrigo ha caído en batalla, así que puede alegrarse de que la muerte de su padre haya sido expiada. Jimena casi sufre un colapso por la consternación, una señal clara para el rey y los gentileshombres presentes de que aun ama a Rodrigo. Pero cuando Jimena escucha que Rodrigo todavía vive, insiste, a pesar de todo, en su satisfacción. Exhorta a todos los caballeros a matar a Rodrigo en su nombre y promete entregarse como esposa a quien lo logre. El rey trata de dejarle claro a Jimena que la muerte de su padre ya ha sido expiada por la victoria de Rodrigo. Sin embargo, incluso el padre de Rodrigo lo contradice: sería una mala señal para el pueblo si su hijo pudiera desentenderse tan fácilmente del asunto. Así que el rey le concede a Jimena que un solo caballero se enfrente a Rodrigo. Sancho se presenta voluntariamente. El rey decide, además, que el ganador del encuentro se casará con Jimena. Si Sancho perdiera, la vengadora sería entregada a Rodrigo.

No se puede acabar con el amor

Rodrigo se encuentra con Jimena para despedirse. Morirá en la lucha con Sancho para que su amada consiga su venganza, pero ella no está preparada para eso. Le pide que luche correctamente por su propio honor. Eso estaría fuera de cuestión, responde Rodrigo. Así que Jimena agrega: ¿Quiere él, que la ama, que caiga en manos de Sancho después de la pelea? La advertencia de que la lucha por la venganza pueda servir como lucha por la conquista para conseguirla como novia es tan evidente que Jimena se sonroja.

“¡Ve, haz lo tuyo! / Lucha por mí y sacia así mi venganza. / Y si tu corazón arde por mí tanto como antes, / Sal vencedor del combate. Jimena es el premio. / ¡Adiós! No debes ver como me sonrojo de vergüenza””.

La Infanta lamenta otra vez su suerte. A decir verdad, Rodrigo parece ahora más accesible que nunca y, después de su victoria contra los moros, puede ser considerado como un esposo digno de ella. Pero también ve una nueva relación de la pareja enemistada que los acerca. Mientras que ella debe renunciar a su amor porque así lo exige el honor de la casa real, finalmente parece que entre Rodrigo y Jimena el amor se lleva la victoria sobre el deber de la venganza. Leonor la tranquiliza: por orden del rey, o bien Rodrigo muere pronto o bien se casa. Esto finalmente pone fin a la tentación de la Infanta. Todavía se cree capaz de todo tipo de trucos, pero ahora solo quiere que las cosas vayan bien. No quiere perturbar más el amor puro e indestructible que existe entre Rodrigo y Jimena.

Un buen final con mala conciencia

Elvira todavía lucha contra la secreta esperanza de Jimena en la victoria de Rodrigo. Ella duda de si está descuidando su deber de venganza. Le molesta tanta obcecación: en lugar de agradecer el camino señalado por el rey con el que tanto Rodrigo como Jimena mantendrían su honor, Jimena está demasiado aferrada al sufrimiento. Entonces, Sancho entra con su espada, Jimena cree que Rodrigo ha muerto e insulta al presunto ganador, aunque fue ella misma quien lo envió a la pelea.

“No te preocupes, nada inquieta a tu honor, / tu reputación está intacta y tu deber cumplido. / Tu padre está vengado, la expiación de Rodrigo fue / los muchos riesgos de los que salió victorioso””.

El rey llega con sus gentileshombres. Jimena le confiesa abiertamente su amor por Rodrigo y le suplica que la libere del acuerdo original. En lugar de casarse con Sancho, preferiría pasar su vida en un convento. El rey la tranquiliza, Rodrigo está vivo. Él venció a Sancho, pero lo perdonó. Así que ahora ella ya no tiene que cerrar el pacto matrimonial con él. El mismo deseo expresa la Infanta que, finalmente, entra con el propio Rodrigo. Él le pide nuevamente a Jimena su veredicto. Se inclina ante ella, dispuesto a recibir de su mano el golpe mortal si es necesario. Ella le pide que se ponga de pie, aunque, con su conciencia en conflicto, todavía no lo quiere aceptar como esposo. El rey le da tiempo. Envía a Rodrigo a una campaña de conquista contra los moros. Después de su glorioso regreso, todos esperan que finalmente sea posible la felicidad del Cid con Jimena.

“Dañaría tu reputación, me dices con razón, / Si le otorgara tan pronto el premio de su victoria. / Que se posponga el matrimonio es mi decisión, / pero mantente, porque habrá de suceder. / ¿Un año será suficiente para que llores? / Pero Rodrigo, en cambio, debe buscar nuevas victorias””.

 

Acerca del texto

Estructura y estilo

El Cid es una tragicomedia en cinco actos. La tragicomédie francesa del siglo XVII no contenía necesariamente elementos cómicos. En sentido estricto se distinguía de la tragedia en que no terminaba con la muerte de los protagonistas. Sin embargo, no era común un final feliz como el de El Cid. De acuerdo con la costumbre de aquel entonces, la obra está escrita, en su mayoría, en versos alejandrinos que riman en pares. La trama se desarrolla en rápida sucesión y se sustenta en una enorme tensión hasta el final. Los monólogos vibran literalmente con las divisiones internas de los personajes principales. Salvo la bofetada inicial, la violencia no se muestra abiertamente, sino que, como lo dicta el principio del decoro, solo se transmite en el escenario mediante mensajes e informes. Los personajes se expresan de acuerdo con su posición. Además, Corneille llena sus diálogos con un amplio arsenal de consideraciones dialéctico-morales. El rápido y cáustico ir y venir de los argumentos y las reflexiones aumenta nuevamente el ritmo de la obra. Además, introduce a la fuerza la acción en el clásico corsé de 24 horas. Sin embargo, un curso tan reducido de los acontecimientos parece poco plausible.

Planteamientos de interpretación

  • El concepto del honor y sus abismos constituyen el tema central de la obra. La infracción al honor pone en marcha la acción trágica y diversos intentos de reparar el honor perdido tienen consecuencias nefastas. Los personajes principales están ampliamente de acuerdo respecto al hecho de que el concepto del honor no se debe cuestionar ya que el honor es considerado como el núcleo de la personalidad humana. Sin embargo, el despiadado precepto de la venganza por el honor herido provoca que el Cid exclame: “¡Oh, cruel sentido del honor!”
  • Aparentemente, el amor se enfrenta al sentido del honor como una fuerza alternativa del corazón, aunque en realidad está claramente subordinado al honor. En varias ocasiones Jimena y Rodrigo se aseguran mutuamente que solo podrían ser compañeros el uno para el otro si su honor fuera inmaculado. En consecuencia siempre muestran una gran comprensión por el plan de venganza de su amado, incluso si sufre su amante corazón.
  • Si bien el sentido individual del honor goza de la más alta reputación, debe ceder ante la lógica del Estado en caso de urgencia. Después de la victoria de Rodrigo contra los moros el plan de venganza de Jimena parece de pronto una ofensa contra el bien común. El país ya no puede sacrificar a su héroe.
  • Hacia el final de la obra el rey modifica el derecho vigente a su propia discreción y en el sentido de una decisión personal más sabia. En la descripción positiva de este dudoso comportamiento se nota la defensa que hace Corneille del monarca absolutista. Aunque la obra también muestra que con frecuencia el gobernante debe su poder a las hazañas heroicas de sus súbditos, en un griño a equilibrar la balanza. Sin embargo, de esta ayuda no se deriva ningún derecho de intervención.
  • El Cid es un drama de conciencia. La dinámica trágica no se debe a ningún estímulo externo, sino que nace del interior de las personas que saben hacer que sus actitudes hacia sí mismas y hacia los demás resulten comprensibles. Si bien la obra trata de las pasiones, los diferentes puntos de vista se justifican con los medios propios de la razón.

Antecedentes históricos

El absolutismo incipiente

En los años 30 del siglo XVII Francia era gobernada por Luis XIII. Más tarde, su hijo Luis XIV, el famoso Rey Sol, pasó a la historia como un destacado representante del absolutismo europeo. Pero ya el padre trató de adoptar una posición de poder absoluto e inalienable en el Estado. Desde sus años de juventud mostró una enérgica toma del poder del Estado. Después de que fue coronado cuando tenía nueve años, a los 16 envió al exilio a la regente interina María de Médici –su propia madre– y asesinó a su consejero principal. Con el regreso a la corte de María de Médici cuatro años después, el cardenal Richelieu, promovido por ella, logró una influencia cada vez mayor. Sin embargo, como primer ministro de Luis XIII, pronto se puso en contra de la reina madre y trabajó en muchos frentes para fortalecer al monarca. Mediante el asedio a La Rochelle, Richelieu logró tomar en 1628 el último bastión propio de los insubordinados hugonotes. Dos años después deshizo el poder de la nobleza que, en su mayoría, quería rebelarse en contra del rey. Este envió de nuevo a su madre al exilio, esta vez de por vida. Richelieu hizo retroceder la influencia del clero católico en el Estado y también supo posicionar mejor a Francia en el póker europeo de poder, especialmente contra España. Como gran promotor de las artes, Richelieu también dio vida a la famosa asociación de eruditos, la Académie Française.

Visto históricamente, el rey Luis XIII casi desaparece a la sombra de su tristemente célebre consejero. A pesar de su poderío el propio regente era de un carácter más bien tímido, profundamente religioso y de vez en cuando luchaba contra las medidas brutales de Richelieu. Finalmente, sin embargo, en nombre de su posición, se impuso a todas las dificultades políticas.

Origen

El Cid surgió en el año de 1636. Corneille todavía vivía en Ruan, su ciudad natal, pero hacía tiempo que se había hecho de un nombre en París como autor de obras de teatro. Un año antes incluso había sido llamado por el cardenal Richelieu, la mano derecha del rey, para formar, por el pago de una pensión mensual, un grupo de cinco autores que, a sugerencia del cardenal, debían escribir obras de alto rango y valor político. Sin embargo, después de colaborar en dos obras, abandonó el grupo pues el trabajo colectivo no fue de su agrado. Paralelamente, Corneille había empezado a ahondar en la literatura española. Decidió utilizar el drama histórico de Guillén de Castro, Las mocedades del Cid, como base para su propio trabajo. En su obra, De Castro había recurrido a un ciclo de romances sobre el legendario héroe nacional español. El Cid, un caballero castellano del siglo XI llamado Rodrigo Díaz de Vivar, era un brillante líder militar que servía a señores tanto cristianos como moros. Mientras que De Castro montó en su obra varios elementos de leyendas conocidas sobre el Cid, a Corneille le preocupaba menos la figura del héroe histórico que la estructura dramática de la presentación. Si bien es cierto que adoptó el conflicto interno central de la obra española, él optimizó la estructura de la obra y renunció a una ubicación histórica clara del material. El Cid se estrenó alrededor del cambio de año entre 1636 y 1637.

Historia de la influencia de la obra

Desde el principio la obra fue un éxito fenomenal en el escenario teatral. La obra no solo encendió el entusiasmo, sino que casi al mismo tiempo provocó un acalorado debate, la llamada Querelle du Cid. En ella diversos dramaturgos y expertos literarios discutieron el valor y la inutilidad de la aclamada obra de Corneille. Los reproches fueron variados, por ejemplo, que El Cid es, en gran parte, un plagio; contraviene el decoro; pero, sobre todo, viola las tres unidades del drama clásico (el lugar, el tiempo y la acción), entre otras cosas, porque era imposible que los acontecimientos se desarrollaran en un lapso de 24 horas. Corneille sabía muy bien que algunas críticas estaban inspiradas por la pura envidia y escribió un arrogante poema de defensa en el que descaradamente resaltaba su propio talento. Eso enfureció más a sus enemigos. Finalmente, se solicitó un dictamen de la recién fundada Académie Française. Por encargo del cardenal Richelieu, su miembro Jean Chapelain elaboró un peritaje y, a finales de 1637, emitió el veredicto: la violación a los preceptos del drama clásico es muy probable, en cambio, el plagio no lo es. La disputa, básicamente mezquina, no perjudicó el cortejo triunfal de El Cid. Mientras tanto, la obra está considerada como una obra maestra dramática del Clásico francés. Junto con Jean Racine y Molière, Corneille se encuentra en el triunvirato del periodo Clásico francés. Influyó directa o indirectamente en muchos dramaturgos posteriores, incluso fuera de Francia, por ejemplo, en Friedrich Schiller.

Sobre el autor

Pierre Corneille nació en Ruan el 6 de junio de 1606. Después de la escuela jesuita aprobó inicialmente la carrera de abogado para seguir en los pasos de su padre. A los 22 años empezó a trabajar en el más alto tribunal de Normandía. Al mismo tiempo intentaba ser autor de poemas y obras de teatro. En 1629 Corneille le ofreció su obra Melita al director de una compañía teatral que visitaba Ruan. La obra se representó con éxito en París. A partir de entonces Corneille escribió regularmente nuevas obras para el grupo, en su mayoría comedias de la sociedad parisina, en la que el autor se movía entonces con mayor frecuencia. En 1635 Corneille, ya entonces un aclamado dramaturgo, fue elegido para formar parte de una comisión de cinco escritores que debían escribir juntos obras de valor moral para el ministro supremo, el cardenal Richelieu. Después de poco tiempo abandonó el grupo de trabajo y poco después pudo celebrar su mayor éxito teatral con El Cid. Las críticas, en parte violentas, de colegas envidiosos y guardianes de las reglas académicas provocaron la llamada Querelle du Cid. Corneille se retiró a Ruan y solo en 1640 presentó una nueva obra, Horacio. En los años siguientes publicó, por lo general, obras estrictamente clásicas, a menudo con referencias veladas a la política de aquel entonces. En 1647 fue admitido en la Académie Française. Corneille, que escribió en total alrededor de 35 obras, consiguió sucesivamente, a veces más, a veces menos, el favor del público, así como el de los dirigentes de París. A partir de la década de 1660 poco a poco fue eclipsado por el nuevo autor estrella, Jean Racine. Corneille, todavía muy respetado, murió el 1 de octubre de 1684.


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