John Stuart Mill
Utilitarismo
1861
What's inside?
Un clásico de la ética. Lo que sorprenderá a muchos es que utilitarismo no significa egoísmo.
- Filosofía
- Literatura victoriana
De qué se trata
El bienestar común como felicidad para el individuo
¿El pensamiento exclusivamente utilitario afecta el bienestar común? ¿Quien solo tiene en mente su propia felicidad es un egoísta? ¿Una moral orientada al placer es depravada? Todo lo contrario, afirma John Stuart Mill en su texto en defensa del utilitarismo. Todas las personas aspiran a ser felices, este es un hecho empíricamente observable. Los utilitaristas concluyeron entonces, a principios del siglo XIX, que lo que produce placer es moralmente bueno y, por el contrario, lo que produce dolor, es malo. Para contrarrestar los argumentos contra esta postura ética, Mill distingue entre el placer físico y el intelectual, al que la asigna un mayor valor. En consecuencia, la verdadera felicidad, la que excede el instante, solo puede lograrla quien se compromete con el bienestar social. El pensamiento de Mill no tiene un sustento académico, sino que es una filosofía muy práctica y en el territorio angloamericano sigue siendo una de las teorías más influyentes y controvertidas.
Ideas fundamentales
- Utilitarismo de John Stuart Mill es una apasionada defensa de la utilidad como principio básico de la ética.
- Según Mill, todas las acciones humanas buscan obtener placer y evitar el dolor.
- Una acción es moralmente correcta si proporciona placer e incorrecta si ocasiona dolor.
- Hay un placer meramente físico y animal, y otro más elevado y espiritual.
- La verdadera felicidad no se alcanza a través de las alegrías sensoriales, sino comprometiéndose con otros.
- La felicidad de todas las personas es, entonces, el bienestar común, no es una mera idea abstracta. Se construye a partir de la felicidad concreta de muchos individuos.
- Una educación adecuada y un progreso constante pueden eliminar los males que aquejan al mundo, como la pobreza y las enfermedades.
- Mill defiende su teoría frente a los reproches de hedonismo y egoísmo.
- Mientras desarrollaba su idea de la felicidad verdadera, sufrió de una severa depresión.
- El libro fue un éxito y tuvo cuatro ediciones durante la vida de Mills.
- Ejerció una gran influencia en la Teoría de la justicia y de la igualdad de oportunidades de John Rawls.
- Economistas liberales como Friedrich August von Hayek, también recurrieron al principio de la utilidad de Mill.
Resumen
El viejo problema de la filosofía de la moral
Desde hace más de dos mil años, la filosofía se ocupa de los fundamentos morales. Se crearon infinidad de escuelas y partidos, y, sin embargo, desde Platón no ha sido posible avanzar ni un solo paso para responder a la cuestión de la medida para lo bueno y lo malo. No obstante, los pensadores serios de todas las escuelas concuerdan en un punto: la capacidad de establecer un juicio moral no es propia de los sentidos como la vista o el oído, sino parte de la razón. Poseemos principios morales que utilizamos para casos concretos. Hasta ahora no ha sido posible determinar de dónde provienen estos principios ni cuál es la máxima de la que se desprenden. Si bien es cierto que Immanuel Kant estableció el primer principio universal de la obligación moral en estos términos: “Actúa de modo tal que la máxima de tu accionar pueda ser aceptada por todos los seres dotados de razón como una ley universal”, falló en el momento en que intentó desprender de ello obligaciones concretas. De acuerdo con su principio, las personas aceptarían también las reglas más inmorales, solo que nadie quiere aceptar las consecuencias.
El utilitarismo, ¿una teoría para los cerdos?
En el lenguaje cotidiano, lo útil suele oponerse a lo placentero. La mayoría de los escritores y periodistas utiliza la palabra utilitario de modo erróneo, es decir, en forma despectiva frente a todo lo bello, placentero y agradable. Pero, en realidad, la teoría del utilitarismo es la idea de la utilidad o del principio de la mayor felicidad como base para la moral que parte del siguiente postulado: una acción es moralmente buena si fomenta la felicidad y mala, si la impide. Por felicidad, se entiende la presencia de placer y la ausencia de dolor. La finalidad última de toda acción humana es, en consecuencia, una vida tan libre de dolor y tan plena de placer como sea posible.
“Toda acción tiene una finalidad y resulta natural suponer que las acciones obtienen el carácter y el color de la finalidad a la que sirven””.
Los críticos objetan que debería haber una meta más alta, más noble en la vida, que el mero placer. Es por ello que detractan el utilitarismo, que tiene sus orígenes en Epicúreo, quien lo define como primitivo y animal, como una “teoría para los cerdos”. Pero, al hacerlo, olvidan que la mayoría de las personas asignan al placer intelectual, los sentimientos y la imaginación un valor mucho más alto que al mero placer físico. Son pocos los que aceptarían convertirse en animales y renunciar a los placeres más elevados, incluso si esto significara obtener a cambio la mayor satisfacción del deseo sexual. El motivo es un sentido de dignidad que todas las personas poseen en mayor o menor medida. Si hay quienes aceptan los placeres más bajos es solo porque no conocen otro tipo de placeres. Muchos suelen criticar que, en definitiva, es imposible acceder a la felicidad en vida. Es cierto: la felicidad absoluta como estado constante de excitación sexual es inalcanzable, implausible. Sin embargo, muchos otros placeres, sobre todo los de origen espiritual sí pueden alcanzarse, al igual que un alto grado de ausencia de dolor.
Comprometerse con la felicidad de los demás
La falta de educación, las malas instituciones sociales, el egoísmo y la falta de desarrollo intelectual son las causas de una vida insatisfactoria. Quien persigue solo sus propios intereses egoístas, alcanzará una satisfacción pasajera, una felicidad efímera; pero, quien se compromete con las personas que lo rodean puede experimentar momentos de felicidad, incluso en la vejez. Un espíritu cultivado siempre encuentra algo interesante en la naturaleza, en el arte, en la poesía, en el pasado, en el presente y en el futuro. Los grandes males de este mundo –la pobreza, la enfermedad, el desamor y la falta de valore– parecen inevitables en las condiciones actuales, pero, a largo plazo, pueden ser eliminados por completo con la ayuda de la inteligencia humana y de los esfuerzos científicos. Paradójicamente, la mayor satisfacción de las personas consiste en fomentar la felicidad de los otros, renunciando de forma voluntaria a su felicidad personal. Por ello, la medida para actuar correctamente no es la felicidad del individuo sino la felicidad de toda la sociedad.
La moral debe ser aprendida
La moral cotidiana está tan enraizada en nosotros por la educación y la costumbre, que no la cuestionamos. La prohibición de matar, robar o engañar no necesita ser justificada. Pero, ¿qué nos obliga a fomentar la felicidad de toda la sociedad en lugar de privilegiar la felicidad personal? Entre los motivos externos se encuentra la esperanza de obtener ventajas y la simpatía de quienes nos rodean, las ansias de ser apreciados por los demás, el miedo a no ser querido por otros y, claro está, el amor y el temor a Dios. Todo esto no debe confundirse con la sanción interna a esta prohibición: las personas bien educadas –en definitiva, la moral es una cuestión de educación– reaccionan con un dolor interno a toda infracción a las obligaciones y prohibiciones o bien, su conciencia les impide desoírlas. Los sentimientos morales no son innatos sino educados, pero eso no los hace menos naturales. Al igual que el habla, el pensamiento o la planificación urbana, que deben aprenderse, aunque tenemos la capacidad de lograrlo en nuestro interior, la predisposición a los sentimientos morales también es parte de nuestra naturaleza. Pueden desarrollarse de manera espontánea y fomentarse con la educación, pero también es posible ahogarlos de raíz por miedo en la primera infancia.
La civilización fomenta la unión social
La base más sólida de la moral utilitarista son los sentimientos sociales de las personas. La necesidad de estar de acuerdo con quienes nos rodean aumenta a medida que aumenta el grado de civilidad. En una sociedad sana, las personas crecen con la conciencia de que una vida en conjunto solo es posible si los intereses de todos son considerados en igual medida. Trabajan juntos y se identifican con un objetivo común, les interesa el bienestar de quienes los rodean y cuidan su propiedad. Este sentimiento social se alimenta de la contagiosa fuerza de la simpatía y la educación y se apoya en sanciones externas. Cuanto más avanza una sociedad en el proceso de la civilización, más naturales le resultan las bases de la convivencia y más fuerte es el sentimiento de pertenencia de los individuos.
“Solo es posible mostrar que algo es bueno, si se muestra que es un medio para otra cosa que puede ser considerada buena sin otra prueba””.
En el estado actual, relativamente temprano del desarrollo humano, los sentimientos sociales están muy poco desarrollados, en comparación con los intereses egoístas; pero, para quienes los tienen, preocuparse por los demás es una necesidad natural, una fuerza interior que actúa sin presión externa alguna. Si, al igual que la religión, el sentimiento social fuera fomentado en los niños y difundido a través de las instituciones educativas, esta moral podría desarrollar una fuerza psíquica similar a la de un credo religioso. El servicio a la humanidad insumiría, en definitiva, la totalidad de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos y acciones. El único peligro de una evolución de este tipo consistiría en exagerar el servilismo de modo tal que se produjera a costa de la libertad individual.
La felicidad es el único fin
No es posible demostrar los principios morales. La única noción de que la felicidad es deseable como fin último se basa en la experiencia de que las personas así lo desean. Otras cosas que nos resultan más deseables, como la virtud, la fama, el dinero o el poder, son solo un medio para el fin, o son una parte de la felicidad misma. El dinero, por ejemplo, solo sirve para comprar cosas y con ello satisfacer nuestras necesidades primitivas. El deseo de tener dinero también puede ser un fin en sí mismo y, con ello, parte de la felicidad misma. Lo mismo sucede con el poder y la fama: ayudan a las personas a cumplir sus sueños y por eso son tan deseados. Cuando el deseo de poder se desprende e independiza de otros deseos concretos, ya no es un instrumento sino una parte de la felicidad misma. El utilitarismo tolera este tipo de búsquedas de felicidad, en la medida en que traiga aparejado más provecho que daños. Sin embargo, la felicidad que subyace a las conductas virtuosas y a la promoción del bienestar común tiene un valor claramente superior.
“Quienes entienden algo del asunto saben que todo autor que ha defendido el utilitarismo, desde Epicúreo hasta Bentham, no ven a la utilidad como algo completamente diferente del placer, sino como parte del placer””.
No existe un deseo natural de virtud. La búsqueda de la virtud es tan egoísta como el deseo de tener dinero, poder o fama, pues la virtud produce placer a quien la posee y lo protege del dolor. En este sentido, también es un medio para el fin. En el caso de las personas muy virtuosas, las ansias de virtud se desprenden con el tiempo de las ansias de felicidad. El deseo de hacer lo correcto impulsa a estas personas, sin que, al hacerlo, piensen en su propio provecho. Es posible cultivar este deseo independiente de virtud, educando a los niños a actuar correctamente: basta con vincular las acciones correctas con el placer y las incorrectas con el dolor.
Justicia y utilidad
La mayoría de los pensadores rechazan la teoría de la felicidad o el placer como medida moral, porque creen en la idea de una justicia natural. En este sentido, argumentan que lo justo tiene un valor propio, absoluto, que puede escindirse de todo tipo de finalidad. Pero, ¿el sentimiento de justicia que tienen los hombres es un sentimiento independiente, un don natural, como la capacidad de percibir los colores o los sabores? ¿O acaso se trata de un sentimiento secundario surgido, en última instancia, del deseo general de sacar provecho?
“Los hombres tienen capacidades muy superiores a los instintos animales y, cuando se vuelven conscientes de ello, no reconocen como felicidad nada que no involucre estas capacidades””.
Para rastrear el origen del sentimiento de justicia debemos definir, en primer lugar, lo que consideramos justo o injusto. Injusto nos parece despojar a alguien de su libertad personal, de su propiedad o de sus derechos de base legal, romper una promesa, descuidar una obligación o decepcionar a alguien. Por el contrario, consideramos que es justo cuando alguien recibe lo bueno o lo malo que merece como resultado de sus acciones. Nuestra idea de justicia también incluye la noción de igualdad, sin embargo, esta se ve muchas veces limitada, sobre todo en los casos en los que resulta propicio: en muchos países que todavía tienen esclavos, las personas tienen los mismos derechos ante la ley, pero el sistema de la esclavitud no se ve afectado por esto. Evidentemente, allí donde las diferencias sociales son consideradas útiles, la desigualdad social y material no son consideradas injustas. Quien considera que los gobiernos son útiles y necesarios, no se queja de las desigualdades en la distribución del poder político. Algunos comunistas exigen que los productos producidos sean distribuidos equitativamente entre todos los miembros de una comunidad, otros, por el contrario, piensan que quienes tienen más necesidades deberían recibir más y que, de ese modo, todos pueden actuar con un sentido de justicia natural.
“Es mejor ser una persona insatisfecha que un cerdo satisfecho, es mejor ser un Sócrates insatisfecho que un idiota satisfecho””.
Originalmente, la palabra latina justum (justo) significa “aquello que fue ordenado”. Es decir que se desprende de una ley humana o divina. Con el correr del tiempo, el concepto se amplió a acciones que no están reguladas por las leyes, pero, a pesar de este cambio, nuestra noción de justicia todavía está unida a la idea de la obligación legal y del castigo. Definimos una conducta como mala o injusta cuando creemos que una persona sufrió un daño y que el culpable debe recibir un castigo por ello, sin importar si este castigo se produce por medio de leyes, de la opinión pública o de la propia conciencia. Esto presupone que existe una ley, una obligación moral obligatoria a la que pueden recurrir todos los individuos.
“La capacidad de tener sentimientos nobles es una delicada planta que puede ser destruida fácilmente, no solo como causa de influencias malignas sino por la mera ausencia de cuidado””.
Debido a su inteligencia, el hombre no solo tiene simpatía, sino también la capacidad de identificarse con los intereses de su tribu, su país e incluso de toda la humanidad. Toda conducta que amenaza la seguridad de la sociedad despierta en él el instinto de la defensa propia y el deseo natural de infligir un castigo. Aquí radica la idea de justicia.
“La felicidad es el fulgor aislado del placer, no una llama constante y sempiterna””.
El derecho de una persona se define como sus reclamos frente a la sociedad. Este derecho es una posesión que la sociedad debe defender para cada individuo en función del bien común, pues, el mayor interés de cada persona es la seguridad. La propiedad de nada sirve si puede serle arrebatada a uno por alguien más fuerte. Con ello, la justicia no es un elemento independiente que exista por sí mismo. Más bien, depende de la utilidad social, se basa en la obligación moral de la sociedad de defender al individuo.
Acerca del texto
Estructura y estilo
Utilitarismo de Mill está dividido en cinco capítulos, comprendidos en unas cien páginas. Una introducción con observaciones generales en la que Mill hace referencia a los reproches de sus contemporáneos es seguida por una distinción entre los diferentes tipos de felicidad. La primera mitad del libro se centra en la felicidad del individuo; la segunda, en las consecuencias sociales y jurídicas si la máxima de la felicidad se convirtiera en un principio moral. El lenguaje de Mill es claro y conciso, su argumentación es lógica y concentrada, lo que dificulta especialmente el último capítulo, dedicado a la filosofía del derecho. Entre las secas frases de Mill aparece una y otra vez un destello de humor, por ejemplo, cuando se defiende de sus críticos. Más allá de la sobriedad de su estilo y de su argumentación objetiva, la pasión con la que Mill defiende sus convicciones se percibe en todas y cada una de sus frases.
Enfoques interpretativos
- La base de la filosofía utilitarista es un consecuencialismo estricto: el hecho de que una acción sea considerada buena o mala desde el punto de vista moral depende exclusivamente de sus consecuencias.
- Con su texto, Mill buscaba, entre otras cosas, ofrecer una defensa del utilitarismo frente a la acusación de ser un hedonismo en un estilo como el propuesto por Epicúreo. El filósofo de la antigüedad clásica describió a las personas como las veía: en una búsqueda constante del placer. De esta constatación empírica, Mill desprende una obligación normativa: si esto es así, entonces la búsqueda de la felicidad debe ser el único principio moral válido capaz de guiar nuestras acciones.
- Utilitarismo no es egoísmo. Para Mill, el interés de la sociedad no es una construcción abstracta. Por el contrario, se compone de muchos intereses concretos de personas individuales, los cuales deben tener el mismo valor y las mismas oportunidades.
- A pesar del escepticismo frente a la tiranía de la mayoría y de la mediocridad colectiva, Mill considera que la democracia representativa es la forma ideal de un Estado. Todos los miembros de la sociedad –para Mill, esto incluye a las mujeres– deben tener los mismos derechos políticos, indistintamente de su posición social. No obstante, a la élite ilustrada le asigna una función modélica.
- Mill está fuertemente influenciado por el filósofo francés Auguste Comte. Como él, reconoce en la historia una tendencia al progreso moral. Es este el que, en un futuro lejano llevará a que los hombres se identifiquen con los objetivos de la nación y finalmente, con los de toda la humanidad.
- Las críticas al utilitarismo son muchas: desde el punto de vista utilitarista, por ejemplo, se puede justificar la tortura o el asesinato, siempre y cuando esto sirva para salvar otras vidas. La idea de la dignidad humana también puede entrar en contradicción con los objetivos utilitaristas. Además, la teoría tiene contradicciones internas, por ejemplo, la conclusión ilógica de que de la búsqueda de la felicidad individual resulta la búsqueda de la felicidad para toda la sociedad.
- Para Mill, la búsqueda del bienestar común era una cuestión de educación. La ciencia actual, sin embargo, parte de la idea de que la conducta altruista está determinada en gran medida por la genética. Así, nuestro sentido de la felicidad de los otros es menos una condición de la civilización y más de la evolución.
Antecedentes históricos
Inglaterra en tiempos de la industrialización
Entre 1750 y 1870, Inglaterra experimentó una explosión poblacional: en menos de un siglo se triplicó el número de habitantes. La población rural se trasladó masivamente a la ciudad para beneficiarse con la incipiente industrialización. A comienzos del siglo XIX, la clase media y trabajadora adquirieron un nuevo significado económico y social, pero siguieron estando fuera de los procesos de toma de decisiones políticas.
A diferencia de lo que sucedió, por ejemplo, en Francia, la evolución de un gobierno real a uno democrático se produjo de forma relativamente pacífica. La reforma electoral introducida en 1832 abrió el sistema político para grupos cada vez más grandes de la sociedad, sin embargo, los trabajadores siguieron estando excluidos. Los reformistas no solo defendían la incorporación de más derechos democráticos sino también de un mayor rol social del Estado.
Sus clamores fueron oídos: con las primeras medidas sociopolíticas, como la ley de la pobreza de 1834, la limitación de las horas de trabajo para mujeres y niños y las regulaciones de la política sanitaria, el gobierno intentó combatir la pauperización de los trabajadores. Sin embargo, estas reformas no lograron impedir que Inglaterra siguiera marcada por la miseria y la pobreza hasta muy entrada la era victoriana.
Origen
Desde su temprana infancia, John Stuart Mill había sido educado por su ambicioso padre, James Mill, en el espíritu del utilitarismo. Los primeros representantes ingleses de esta corriente del pensamiento filosófico, cuyas raíces llegan hasta la antigüedad clásica, fueron, entre otros, Thomas Hobbes, Francis Hutcheson y David Hume, pero el íntimo amigo de Mills, Jeremy Bentham, fue el responsable de dotarlo de un sistema formal. Para los juristas liberales, el principio de la mayor felicidad para la mayoría se convertiría en el objetivo de todas las acciones morales y políticas. No es la calidad sino la cantidad de la felicidad lo que para Bentham definía el valor moral de una acción.
Como lo expresó John Stuart Mill en su autobiografía, los estrictos métodos de enseñanza paternos causaron una gran impresión en él. A finales de los años 1820 experimentó una fuerte crisis personal. Según sus propios dichos, la experiencia de la depresión tuvo una gran influencia en su concepción filosófica y en sus ideas de felicidad personal. Desarrolló la idea de que la verdadera felicidad solo podía alcanzarse de modo indirecto, por medio del sacrificio y del esfuerzo espiritual. Y, si bien seguía creyendo en el utilitarismo algo simple de Jeremy Bentham, al mismo tiempo comenzó a ver la búsqueda de la felicidad de un modo más diferenciado. Así, a diferencia de sus predecesores, comenzó a distinguir entre el placer elevado e intelectual, y las alegrías mundanas.
Mill comenzó a ocuparse de la crítica al utilitarismo ya en la década del treinta, pero el origen de su texto en defensa del pensamiento utilitario le llevó un tiempo más largo. Los diferentes ensayos de los que se compone Utilitarismo estuvieron listos en 1854. Luego de una nueva revisión del autor, se publicó por capítulos en 1861 en la revista Fraser’s Magazine for Town and Country y, en 1863, como libro.
Influencia
Utilitarismo de Mill tuvo un gran éxito en Inglaterra, Estados Unidos y Australia, y tuvo cuatro ediciones durante la vida del autor. A comienzos del siglo XX, el utilitarismo fue desacreditado, entre otras cosas, debido a las críticas del filósofo de Cambridge, George Edward Moore, y en los círculos filosóficos fue considerado anticuado durante mucho tiempo. Fue hasta 1960 que la corriente de pensamiento recuperó lentamente su importancia, sobre todo en el mundo anglosajón. Hasta nuestros días sigue siendo una de las teorías de la filosofía moral más comentadas y discutidas. A modo de diferenciarse del utilitarismo clásico, el filósofo americano John Rawl presentó a comienzos de 1970 su teoría sobre la justicia como ecuánime: según esta idea, las injusticias sociales y económicas pueden ser aceptadas, pero solo bajo la condición de la igualdad de oportunidades. Representantes del liberalismo clásico, como Ludwig von Mises o Friedrich August von Hayek se vieron influenciados por Mill. Von Hayek incluso escribió una biografía del filósofo inglés.
Sobre el autor
John Stuart Mill nació en Londres, el 20 de mayo de 1806, y fue el primero de los nueve hijos de su padre, el teólogo y economista James Mill, quien consideraba que la educación de su hijo era una carrera para crear un genio. Por ser buen amigo del filósofo Jeremy Bentham, su padre le inculcó el espíritu del utilitarismo. Con tan solo tres años, John Stuart Mill tomaba clases de lenguas clásicas, pronto comenzó a leer a los clásicos de la filosofía y, a la edad de 13 años, completó un curso en economía. El famoso economista David Ricardo, también amigo de su padre, solía invitar al muchacho a caminar mientras conversaban sobre política económica. Al cumplir 14 años, Mill viajó a Montpellier, donde estudió química, zoología, matemática, lógica y metafísica. Vivió en casa del hermano de Bentham y por primera vez tuvo la oportunidad de trabar amistad con gente de su misma edad. Al regresar a Inglaterra, Mill obtuvo un puesto bien remunerado en la Compañia Británica de las Indias Orientales, que le permitió seguir sus intereses literarios. A finales de los años 1820, Mill experimentó una grave depresión. Esto lo llevó a repensar de manera drástica sus ideas de la felicidad y del utilitarismo. Se dedicó a consumir literatura contemporánea: Goethe y, desde la sociología, Auguste Comte marcaron sus ideas. Su obra también se vio fuertemente influenciada por la feminista Harriet Taylor, con quien se casó en 1851. Además de sus actividades como empleado y editor de una publicación radical liberal, el London Review, Mill trabajó incansablemente en sus ensayos y escritos. Rápidamente comenzó a publicar sus textos, entre ellos, Principios de la economía política (1848) y el famoso Sobre la libertad (1859). Tras el cierre de la Compañia Británica de las Indias Orientales, en 1858 se trasladó a Francia, pero, pocos años después, regresó a Inglaterra. Como miembro del Senado, defendió el derecho al voto de las mujeres y la anulación de la pena de muerte. Murió en Aviñón, el 9 de mayo de 1873.
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