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Catilinarias

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Catilinarias

15 mins. de lectura
10 ideas fundamentales
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¿De qué se trata?

Un thriller político antiguo escrito por el orador más brillante de Roma.


Clásico de la literatura

  • Política
  • Antigua Roma

De qué se trata

La ironía de la historia

Quienes lean las Catilinarias de Cicerón se sumergirán en una emocionante trama de espionaje, conspiración, asesinato e investigación criminal y lanzarán una profunda mirada a la situación política y social de la República romana durante el periodo de su decadencia. Al mismo tiempo, se enterarán de datos interesantes sobre el autor, el político Marco Tulio Cicerón. Esta fidelidad absoluta al corporativismo romano se puede explicar debido a su origen: Cicerón era un advenedizo, un homo novus, y la vehemencia con la que defendía el liderazgo de la elite romana contra el descontento del pueblo muestra claramente su orgullo por haber llegado a la cima. Su oponente, Lucio Sergio Catilina, no era un verdadero reformador ni un defensor de la gente humilde, sino más bien un ambicioso aventurero. Pero lo seguían los endeudados, los necesitados y los expropiados. En retrospectiva, se puede decir que la actitud intransigente de Cicerón frente a las demandas legítimas de estos grupos sociales aceleró el derrocamiento del orden tradicional. El salvador de Roma, como se describe a sí mismo en las Catilinarias, era en realidad un héroe trágico.

Ideas fundamentales

  • Las cuatro Catilinarias (también conocidas como Discursos contra Catilina) de Marco Tulio Cicerón son consideradas como un logro brillante de la retórica romana antigua.
  • Contenido: El ambicioso Catilina planea un golpe de Estado con algunos cómplices, pero no contaba con Cicerón. El cónsul elocuente hace uso de todos los recursos de su saber para detener al usurpador. Consigue la condena de Catilina y en la República lo festejan como héroe.
  • El agradecimiento de los romanos no duró mucho: muy pronto acusan a Cicerón de haber ejecutado a los conspiradores sin el debido proceso.
  • Como consecuencia de las acusaciones el ex cónsul fue al exilio durante un año. Después, su carrera terminó por el momento.
  • El texto constituye una fuente histórica valiosa; pero debe leerse con escepticismo debido al culto a sí mismo de Cicerón.
  • Cicerón publicó los discursos tres años después de la conspiración.
  • Las Catilinarias reflejan las tres exigencias fundamentales de la retórica antigua: persuadir, conmover y deleitar.
  • El estilo rebuscado corresponde al ideal retórico de aquel entonces.
  • El contexto histórico es el del final de la República romana, que se caracterizó por las tensiones socioeconómicas.
  • Cita: “¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! ¡El senado lo sabe, el cónsul lo ve y, sin embargo, este hombre vive!”

Resumen

Primer discurso: ¡Se acabó el juego!

Se descubre la conspiración de Catilina. Roma está sobre aviso y se ha reforzado a los guardias. También se ha convocado al Senado para informarle de las actividades de Catilina, quien ha reunido a las tropas enemigas en Etruria y planea una guerra civil y un violento golpe de Estado en Roma. Cicerón se ha enterado de lo que hizo Catilina la penúltima noche: en casa de M. Leca tuvo lugar una reunión conspirativa de Catilina con sus cómplices que, por cierto, son figuras completamente corruptas.

“¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra paciencia, Catilina? ¿Hasta cuándo se burlará todavía de nosotros tu insensatez? ¿A qué extremos llegará tu desenfrenada audacia”?

La conspiración es profunda; incluso algunos de los senadores participaron en la reunión. Se discutieron en detalle los planes golpistas, el momento del ataque, la manera de proceder y las funciones que debían asignarse a los respectivos conspiradores. Pero Cicerón está al corriente de todos los detalles. También sabe que, en la reunión, se decidió asesinarlo esa misma noche. Pudo evitar ese ataque al atrincherarse en su casa y no dejar entrar a los mensajeros de Catilina. Este no es el primer atentado golpista de Catilina, quien ha intentado varias veces enviar a su archienemigo al otro mundo, pero siempre en vano.

Un comportamiento desvergonzado

A pesar de que los planes de Catilina han sido descubiertos, este tiene la insolencia de presentarse en el Senado, aquí, ante los ojos de aquellos cuya muerte planea. Debería haberle hecho sospechar el silencio unánime que lo recibió y que los senadores se alejaran visiblemente de él. Si sus padres se hubieran alejado de Catilina de esa manera, estaría avergonzado, pero ahora que su patria se aleja de él, ¡qué extraño es que permanezca impasible! También el ambiente de las calles está en contra de Catilina. Por su culpa, los romanos, tanto caballeros como ciudadanos, enojados y preocupados, se han reunido en torno al Senado.

“¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! ¡El senado lo sabe, el cónsul lo ve y, sin embargo, este hombre vive”!

Aunque ya desde hace 20 días existe una decisión del Senado contra Catilina, que le otorga a los cónsules plenos poderes para llegar incluso a la pena de muerte, estos –incluido Cicerón– todavía están dudosos respecto a su aplicación. Catilina, sin duda, merecía morir, él, que planeaba incendiar Roma, asesinar romanos y devastar toda Italia. En la historia de Roma, crímenes mucho más inofensivos se expiaron con la muerte.

¡Fuera Catilina!

Sin embargo, Cicerón no quiere exponerse a que le hagan reproches de severidad excesiva y exigir una ejecución. No, Catilina debe seguir con vida. Debe renunciar a sus planes o escapar junto con todos sus seguidores. De todos modos, en Roma está acabado. No puede esperar nada de sus conciudadanos, porque se ha desacreditado por completo debido a su disipado modo de vida. Además, carga con todas las culpas imaginables y cometió innumerables crímenes. El silencio del Senado debe interpretarse como una aprobación de la acusación de Cicerón y como un exhorto a Catilina para que se exilie voluntariamente. Pero es evidente que Catilina no acatará el exhorto, sino que continuará con sus planes golpistas contra Roma.

“Nada haces, nada intentas, nada piensas que yo no oiga o vea o sepa con certeza””.

Su gente ya lo está esperando. Catilina debe reunirse con ellos y con las tropas de C. Manlio y comenzar la guerra. Cicerón considera que esto es lo mejor. Aunque sospecha que más tarde le echarán en cara haber dejado huir a un peligroso enemigo del Estado, cree que está haciendo lo correcto por dos razones. Por un lado, todavía hay romanos que abrigan dudas sobre la peligrosidad de Catilina, así que a estos habría que aportarles la última prueba. Por el otro, Catilina debe irse a fin de que se revele la dimensión de la conspiración para que, de una vez por todas, se extraiga la raíz del mal… porque sus cómplices saldrán arrastrándose de sus agujeros. Si, por el contrario, ejecutaran a Catilina, nunca se sabría cuán grande era el resto de la conspiración. Así que ¡fuera Catilina y sus seguidores! Los cónsules, los caballeros y los buenos se preocuparán de que los habitantes de la ciudad se sientan seguros de nuevo. Júpiter hará su parte.

Segundo discurso: El peligro está conjurado

Catilina puso pies en polvorosa a lo largo de la Vía Aurelia, supuestamente rumbo al exilio en Masilia. En realidad, era probable que fuera a unirse a las tropas de Manlio en Fesulano. De cualquier modo, Roma estaba a salvo. Los ciudadanos podían respirar. No podían culpar a Cicerón de que Catilina no fuera arrestado y ejecutado porque la estrategia de Cicerón funcionó por completo: si hubiera cortado la cabeza de la rebelión, el cuerpo habría seguido vivo en secreto y Cicerón habría estado expuesto a la hostilidad de aquellos para quienes la culpa de Catilina no había sido probada. Pero ahora, todo el alcance de la conspiración sale a la luz. Por desgracia, no todos los simpatizantes de Catilina han desaparecido junto con él. Algunos no se han atrevido a salir del encubrimiento. Pero Cicerón sabe con quién está tratando y seguirá estando atento. Todos tienen la libertad de dejar la ciudad. Cicerón prefiere que el enemigo esté afuera de los muros que adentro. En todo caso, en una lucha abierta, los catilinarios no son de temer. Sus tropas están constituidas por elementos sumamente dudosos. Las tropas romanas regulares, como por ejemplo las legiones galas, son muy superiores a ellas. Los peligrosos son solo los conspiradores que se quedaron en Roma.

Limpieza en Roma

Cicerón podría ser acusado de haber expulsado violentamente a Catilina de la ciudad, pero no teme tales acusaciones. No deja que nada lo desvíe de su misión. Serenamente soportaría todos los ataques, incluso la muerte, si eso no le impidiera seguir protegiendo a Roma de los conspiradores. Porque ahora es el momento de hacer limpieza. Algunos de los seguidores de Catilina bien podrían ser disuadidos de sus planes. Para ello, se debería desendeudar, mediante una subasta forzosa, tal vez solo a aquellos deudores que esperaban que Catilina les condonara sus deudas, o convencer a los arribistas y ambiciosos de que no se beneficiarían de ninguna manera bajo la tiranía de Catilina.

“Con estas proféticas palabras, márchate, Catilina, a esa guerra criminal y vil… para el bien de la república y para tu desdicha y perdición””.

Los demás deben ser erradicados sin clemencia. Roma tiene que deshacerse de ellos como de una enfermedad. De todos modos, los que se reunieron en torno a Catilina son la escoria de la sociedad: bebedores, jugadores, deudores, libertinos, promiscuos y actores. El propio Catilina es un pervertidor de la juventud, el vicio personificado, un archivillano involucrado en todos los crímenes de los últimos tiempos y aliado con todos los criminales. Pero los romanos han logrado liberarse de él y sus cómplices. La virtud siempre gana contra el vicio. Además, Cicerón ha tomado precauciones básicas. Los romanos no deben sentir temor. La ciudad está suficientemente asegurada con guardias. Las tropas bajo el mando de Q. Metelo marchan ya contra Catilina. Las colonias y municipios también están preparados. Los dioses les darán la victoria a los buenos.

Tercer discurso: Retrospectiva de los acontecimientos

Con ayuda de los dioses Cicerón ha conjurado el peligro de la conspiración de Catilina y merece honor y gloria. Ahora el pueblo debe saber cómo lo llevó a cabo. Cuando Catilina salió de Roma algunos de sus cómplices se quedaron atrás. Con gran esfuerzo Cicerón logró localizarlos. Los observó y pudo enterarse de que P. Léntulo había abordado a los enviados de la tribu gala de los alóbroges y los había convencido de urdir una guerra al otro lado de los Alpes y provocar disturbios en el resto de la Galia. T. Volturcio debía acompañar a los alóbroges en su camino de regreso a casa. También llevaba cartas en su equipaje para Catilina. Cicerón hizo que un grupo selecto de hombres armados salieran a interceptar a los alóbroges.

“Me parece estarlos viendo en sus orgías, abrazando mujeres impúdicas, flácidos de vino, saturados de manjares, coronados con guirnaldas, cubiertos de ungüentos, debilitados por la lujuria, eructando discursos de matar a los buenos e incendiar Roma””.

Las cartas fueron confiscadas y los alóbroges fueron llevados ante Cicerón a la mañana siguiente. Además, hizo que le llevaran a los catilinarios que se habían quedado en Roma, G. Cimber, L. Estatilio, C. Catego y P. Léntulo y dejó que el Senado se reuniera. Los alóbroges confesaron su participación y acusaron a los conspiradores, especialmente a Léntulo. Se vieron obligados a acudir con tropas montadas en ayuda de los conspiradores. Los galos le aconsejaron a Cicerón que registrara la casa de Catego. Efectivamente, allí encontraron una gran cantidad de armas. Volturcio también admitió que Léntulo le había dado una carta a Catilina con la orden de atacar. El plan era incendiar Roma y masacrar a los habitantes. Después de que Cicerón leyó las cartas en cuestión a los senadores, los acusados confesaron sus actos. A continuación, el Senado acordó severas sanciones contra los conspiradores y agradeció a Cicerón sus heroicos esfuerzos para salvar su patria.

Se evita una desgracia

Después de renunciar a su puesto como pretor, P. Léntulo y ocho de sus aliados fueron arrestados. Los demás conspiradores permanecieron sin ser molestados. Se realizó un festejo de agradecimiento en honor a Cicerón que fue un acontecimiento único en la historia de Roma. Hasta entonces, nunca se le había concedido ese privilegio a un civil. Cicerón dijo que los dioses lo habían ayudado tal vez enviando señales: una vez, un rayo en el Capitolio destruyó unas estatuas de algunos dioses y héroes, así como las tablas de la ley. Los sacerdotes recomendaron, en ese entonces, que apaciguaran a los dioses con diez días de juegos y la construcción de una nueva estatua más grande de Júpiter; de lo contrario, Roma sería amenazada con la destrucción como consecuencia de conspiraciones y guerra civil. Pero apenas hoy –precisamente hoy– la estatua se terminó. Y en el momento de su colocación, la conspiración de Catilina se fue a pique. Eso prueba que los dioses estaban metidos en el juego. Los ciudadanos deberían estar agradecidos por haber podido escapar casi ilesos de su ruina. Los conflictos anteriores siempre exigían un alto tributo de sangre. En general, la operación de rescate de Cicerón es única, ya que Roma nunca había estado amenazada por algún peligro comparable. Y, sin embargo, Cicerón no quiere ningún agradecimiento material, solo el recuerdo eterno de su acto. Los ciudadanos también deberían cuidar de que más tarde no sufra perjuicios por su intervención. Cicerón se imagina en el nivel más alto de la fama. Los ciudadanos deberían ir a casa y agradecer a los dioses.

Cuarto discurso: Está bien lo que bien acaba

Los senadores no deben preocuparse por Cicerón ni tener en cuenta su seguridad, sino pensar en sí mismos y sus familias. Como cónsul, Cicerón está obligado a sacrificarse por el bien del Estado. Solo eso merece su atención. Él se hará cargo de las consecuencias de sus acciones. El Senado ya le agradeció por salvar a Roma. Se han tomado las resoluciones necesarias para superar la crisis del Estado. Los culpables han sido arrestados y se ha recompensado a los alóbroges.

“¡Qué tarea tan miserable la de dirigir el Estado y, más aún, conservarlo”!

Cicerón quiere saber que los conspiradores fueron castigados. El juicio debe llevarse a cabo hoy. En él debe tomarse en consideración la dimensión completa de la conspiración: los numerosos participantes y seguidores de Catilina y la propagación del movimiento a las provincias. Ahora depende de una acción rápida y decidida. Existen dos propuestas: D. Silano exige la pena capital para todos los conspiradores y C. César pide prisión de por vida. Silano se remite a casos precedentes de la historia de Roma. Con frecuencia, los ciudadanos sin conciencia han sido castigados con la muerte. César, en cambio, dice que la prisión es un castigo mucho más severo que la muerte. La aplicación de la propuesta de César le daría a Cicerón una ventaja personal: se vería menos amenazado por las hostilidades. Porque otra vez los populares son veleidosos en cuanto a la valoración de la conspiración.

“Una guerra interna y en el propio país, la mayor y la más cruel de la que los hombres tengan memoria, sin más general ni jefe que yo, un hombre de toga””.

Pero los senadores no deberían dejarse influir por tales consideraciones. Sería preferible que juzgaran de una manera demasiado estricta a que juzgaran con demasiada indulgencia. El crimen de los catilinarios no tiene precedente. Tampoco deberían pensar que Roma no está preparada para enfrentar las consecuencias del veredicto. Por el contrario, muchos romanos están preparados para defender el orden público: ciudadanos, caballeros, funcionarios, libertos e incluso esclavos. Gracias al trabajo de Cicerón las diferentes clases se reconciliaron desde la crisis y restauraron la unidad interna de Roma. Los catilinarios no tienen ninguna posibilidad de incitar a los romanos contra el Estado. Los ciudadanos quieren, sobre todo, una cosa: tranquilidad. Quieren seguir su vida, su oficio y sus negocios en paz. Todo esto debe ser considerado por los senadores a la hora de sentenciar, sin tener en cuenta a Cicerón. Él ha sido suficientemente recompensado con su fama como salvador de Roma y no teme a los numerosos enemigos que se ha ganado con sus actos. Se ve a sí mismo en una fila con grandes romanos como Escipión, Mario o Pompeyo. Sea lo que sea que decidan los senadores, Cicerón quiere ponerse totalmente al servicio de su fallo.

Acerca del texto

Estructura y estilo

Los cuatro discursos que tenemos hoy no fueron editados y publicados sino hasta tres años después de que Cicerón los hubiera pronunciado. De los discursos, el primero y el cuarto están dirigidos al Senado, el segundo y el tercero, al pueblo. Esa demora temporal era común en aquel entonces y los oradores podían hacer publicidad a sus habilidades retóricas mediante una “cartera”. Pero en tal elaboración también tenía lugar una distorsión: por ejemplo, el discurso escrito carecía de cualquier medio de expresión no escrita como los gestos, la mímica, la entonación y demás que forman una parte indispensable del discurso. En el caso de las Catilinarias, sucede que el vanidoso Cicerón tuvo pocos escrúpulos para manipular la presentación de los acontecimientos a su favor. Pero es probable que tampoco en los discursos pronunciados haya sido demasiado exacto con la verdad. Las calumnias arbitrarias y a menudo desmesuradas, la exageración y la idealización se consideraban usos retóricos. Los rebuscamientos estilísticos (“Se marchó, huyó, desapareció, salió precipitadamente”) correspondían al gusto de la época, al culto grecorromano a la forma. Sin lugar a dudas, Cicerón reforzó otra vez este aspecto en la elaboración escrita. La estructura interna de los discursos individuales sigue esencialmente el esquema clásico: introducción (proemium), exposición (narratio), argumentación (argumentatio) y conclusión (conclusio). Sin embargo, los discursos sostenidos ante el pueblo son más de carácter informativo –deberían informar a los oyentes–, mientras que los presentados al Senado son argumentativos. Los elementos manieristas mencionados también tienen, en los cuatro discursos, el propósito de entretener al público. Las funciones clásicas del discurso, persuadir (docere), conmover (movere) y deleitar (placere), están elegantemente equilibradas a lo largo del texto.

Planteamientos de interpretación

  • Los discursos reflejan las condiciones políticas y sociales hacia el final de la República romana. Gracias a la perspectiva privilegiada del autor se examina aquí toda la problemática: las tensiones socioeconómicas, el descontento justificado del pueblo y el fracaso de la elite política.
  • A pesar de la abundancia de visiones históricas, las Catilinarias son una deformación burda de los acontecimientos. En su búsqueda de gloria Cicerón exagera desmedidamente la importancia de la conspiración de Catilina para que sus propias hazañas brillen con una luz más intensa.
  • Los discursos revelan algunas de las contradicciones de la personalidad de Cicerón: el cónsul se muestra a sí mismo como un administrador de crisis capaz, pero ignora las verdaderas causas del problema. Se sacrifica desinteresadamente por el interés general y, sin embargo, se muestra patológicamente vanidoso y egocéntrico. Su rigurosa toma de partido por el orden tradicional y contra las innovaciones políticas desde abajo contrasta con su propia evolución como advenedizo que, en principio, no pertenece al establishment que defiende.
  • En el cuarto discurso Cicerón insiste en exponer una vez más su idea favorita de la concordia de todas las clases (Concordia ordinum). Según esta idea, todos los problemas sociales desaparecen espontáneamente, si todas las clases trabajan juntas.

Antecedentes históricos

La República romana en su última fase

En el año 63 a. de C., el año consular de Cicerón, Roma miró retrospectivamente unos 700 años de historia. Durante 400 años el imperio fue una república en la que gobernaban los funcionarios electos. Durante ese tiempo una pequeña ciudad-Estado se había convertido en un vasto imperio. En particular, las Guerras Púnicas (264 a 146 a. de C.) aumentaron la influencia romana en el Mediterráneo. Sin embargo, el crecimiento también conllevó problemas: el modelo de gobierno romano no estaba diseñado para las nuevas dimensiones. Las tensiones internas hicieron que cada vez fuera más difícil desarrollar la república. La causa principal fue un enorme desequilibrio en la distribución del poder y los privilegios. Por un lado, los pueblos sometidos de Italia pidieron ir a la guerra por Roma, pero no recibieron plenos derechos civiles. Por el otro, la elite de Roma se enriqueció a expensas de las clases media y baja.

Hacia el final del segundo siglo antes de Cristo, algunos tribunos de ideas reformistas (entre ellos, los hermanos Tiberio y Cayo Graco) intentaron resolver estos problemas con leyes nuevas, pero finalmente fracasaron debido a la firmeza de la clase alta. La violencia se estableció como medio de disputa política. Los asesinatos por linchamiento, los enfrentamientos callejeros, los levantamientos, las conspiraciones e incluso una verdadera guerra civil demuestran el creciente conflicto entre ricos y pobres. Sin embargo, en lugar de apaciguar la situación mediante concesiones, la elite romana se aferró obstinadamente al viejo orden. Por tanto, solo era cuestión de tiempo antes de que entrara en la escena política alguien que supiera concentrar el descontento general en el golpe decisivo contra la república en ruinas. Sin embargo, ese alguien no sería el impetuoso Lucio Sergio Catilina, sino un estratega genial llamado César.

Origen

Dos veces el ambicioso aristócrata Catilina intentó, sin éxito, llegar por medios legales al máximo puesto estatal romano, el consulado. En las elecciones del año 64 a. de C., perdió con Cicerón, que ahora era el cónsul. Para saciar su sed de poder planeó un golpe de Estado. Para ello contaba con un gran número de seguidores, sobre todo gente sencilla e insatisfecha, pero también con varios patricios. A través de informantes Cicerón se enteró de esto. Ante su insistencia, el Senado decretó el estado de excepción y otorgó al cónsul extensos poderes. Sin embargo, puesto que no había pruebas contra Catilina, Cicerón tuvo que asegurarse una amplia aprobación para sus medidas a fin de evitar la impresión de arbitrariedad dictatorial. Este fue el propósito de sus dos primeros discursos contra Catilina.

Cicerón fingió entonces una casualidad, pero con pruebas en la mano: cartas de los conspiradores a la tribu gala de los alóbroges, con las que debían ganarse a estos para la causa de Catilina. Confrontados con las cartas, los conspiradores confesaron. De esto le habló Cicerón al pueblo en su tercer discurso. A fines del año 63 a. de C., pronunció ante el Senado un cuarto discurso que debía asesorar sobre el castigo a los conspiradores. Cicerón estaba a favor de la pena de muerte, incluso tenía la facultad de imponerla arbitrariamente. Pero de nuevo evitó hacerlo solo y se esmeró en respaldarla. Unos tres años más tarde, lleno de orgullo por sus acciones de rescate, Cicerón publicó sus discursos contra Catilina en el marco de una edición completa de sus discursos como cónsul.

Historia de la influencia de la obra

Cada uno de los cuatro discursos consiguió el efecto deseado. El primer discurso, con el que Cicerón quiso provocar al enemigo del Estado, Catilina, para mostrar su verdadero rostro a todo el mundo, tuvo como consecuencia la salida de este de Roma, supuestamente al exilio en Masilia (hoy Marsella), pero en realidad a reunirse con sus tropas en Etruria. Con el segundo discurso, Cicerón puso al pueblo de su parte. Con el tercero, logró la condena a muerte de los seguidores de Catilina. El propio Catilina murió poco después en la batalla contra las tropas regulares romanas, al igual que el jefe del ejército Manlio.

Sin embargo, el éxito de Cicerón no duró mucho: suponía, con razón, que estaba en el apogeo de su gloria, pero el júbilo del momento lo indujo a la melomanía. De ahí en adelante no dejaba pasar la ocasión de vanagloriarse por sus acciones, con tal exceso que luego Séneca dijo de él que Cicerón probablemente se había alabado a sí mismo “no sin razón, pero sí sin fin”. Su deslumbramiento generó en Cicerón un sentimiento de omnipotencia política. Así, subestimó la hostilidad de Plubio Clodio Pulcro, al que había convertido en su enemigo debido a su arrogancia. Pulcro vio el talón de Aquiles de Cicerón: a pesar de la resolución del Senado, a pesar de esos poderes plenos de largo alcance, pero no especificados, con la ejecución de los catilinarios, Cicerón se había puesto fuera de la ley. Pulcro lo acusó y consiguió el destierro de Cicerón. Después de un año, los amigos de Cicerón hicieron posible su regreso a Roma, pero él estaba profundamente herido y, por el momento, se retiró de la vida pública.

Sobre el autor

Sobre el autor

Marco Tulio Cicerón nació en Arpino el 3 de enero del año 106 a. de C. Su padre pertenecía a la segunda clase social más alta de Roma. Las relaciones con los miembros de la aristocracia senatorial le permitieron a Cicerón recibir una buena educación. Estudió derecho, retórica, literatura y filosofía en Roma, Grecia y Asia Menor. En el año 77 a. de C., regresó a Roma e inició su carrera como abogado y político. A continuación vino una carrera vertiginosa. Ya en el año 63 a. de C., Cicerón ocupaba el puesto de cónsul. Catilina, su oponente en la campaña electoral, lanzó una conspiración que, sin embargo, fue sofocada en sus inicios. Pero los numerosos adversarios de Cicerón consiguieron en el año 58 a. de C. que fuera desterrado de Roma: era culpable de la eliminación de los catilinarios, que fueron ejecutados sin juicio. En el año 57 a. de C., pudo regresar a Roma. Durante los siguientes cinco años, produjo sus escritos políticos y filosóficos más importantes, entre ellos, De oratore (El orador, 55 a. de C.) y De re publica (La república, 51 a. de C.). En un principio, Cicerón depositó sus esperanzas en el inteligente César, pero se alejó de él después de que César concertó un triunvirato con Pompeyo y Craso. En la guerra civil, Cicerón se adhirió a Pompeyo. No estuvo involucrado en la conspiración contra César, pero expresó su alegría por la muerte de este en el año 44 a. de C. Cuando el cónsul de César, Marco Antonio, intentó ser el sucesor del autócrata, Cicerón se opuso a él con sus 14 Filípicas y volvió a obtener en el Senado una gran reputación. Se empeñó con éxito en convencer a Octavio de luchar contra Antonio. Octavio ganó al principio, pero luego se unió a Antonio, que se había vuelto a fortalecer, y a Marco Lépido para formar el segundo triunvirato. Los triunviros persiguieron a sus adversarios políticos y Cicerón se encontraba en la parte superior de la lista negra de Antonio. El 7 de diciembre del año 43 a. de C., fue asesinado mientras huía y su cadáver desmembrado fue expuesto en la tribuna de los oradores del Foro.


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