Henry James
Otra vuelta de tuerca
Una historia de fantasmas
1898
¿De qué se trata?
En la famosa novela enigmática y ambigua de Henry James, dos niños y su institutriz se ven afectados por apariciones fantasmales… ¿o no es más que una fantasía?
- Horror
- Literatura victoriana
De qué se trata
Historia de fantasmas y psicodrama
El relato más famoso de Henry James es una de las obras interpretadas con mayor frecuencia de la literatura moderna. La historia de fantasmas es tan intrigante como enigmática. En el círculo social alrededor de una chimenea en una finca inglesa, se leen las notas de una institutriz difunta que, cuando era joven, fue la educadora de dos niños huérfanos. Ambos, un niño y su hermanita, resultan ser sumamente encantadores y bien educados, pero a las pocas semanas de su estancia, la joven institutriz empieza a tener visiones en la extensa finca –fantasmas, cree ella– que considera extremadamente amenazantes para los niños. Para su mayor desconcierto, los pequeños parecen estar misteriosamente en contacto con las apariciones. Los intentos de la institutriz por eliminar la influencia de los fantasmas terminan en desastre. La obra maestra de James es todo menos una ridícula historia de aparecidos con vigas y pisos que crujen, sino que se trata de una confusión insondable de total refinamiento psicológico concentrado en un solo lugar de acción y muy pocos personajes. ¡Una lectura obligada para los aficionados a lo enigmático y lo fantástico!
Ideas fundamentales
- La obra maestra de Henry James, Otra vuelta de tuerca, es una historia de fantasmas fascinante y perturbadora.
- El tutor de dos huérfanos contrata como institutriz a la joven hija de un párroco rural.
- Deslumbrada por el encanto y la espléndida apariencia del rico caballero, acepta el puesto a pesar de su falta de experiencia.
- Los pequeños, un niño y una niña, resultan ser muy guapos, bien educados y amables.
- Sin embargo, por motivos desconocidos, el niño fue expulsado del internado.
- En varias ocasiones la institutriz cree ver dos figuras engimáticas en la mansión.
- Piensa que se trata del antiguo criado y la antigua educadora –ambos fallecidos– y que estos tienen una mala influencia en los niños.
- En su preocupación por sus pupilos la institutriz establece una vigilancia total.
- En consecuencia, la niña se enferma de los nervios y se la llevan a Londres para ser atendida por el médico.
- Cuando la institutriz enfrenta al niño con las apariciones de los fantasmas, este muere de un paro cardiaco del terror.
- Henry James evoca la realidad de lo fantástico y lo irracional de una manera magistralmente sutil.
- El autor es una figura clave en el camino a la modernidad de la literatura angloamericana.
Resumen
La tertulia alrededor de la chimenea
Una noche de Navidad, unos caballeros, reunidos en una finca inglesa, conversan sobre historias de fantasmas y apariciones de espíritus. Acababa de terminar una en la que la víctima de la terrible visita era un niño pequeño. Esto, por supuesto, aumenta el efecto escalofriante, dice Douglas, uno de los participantes, y les pregunta a los demás que opinarían si los afectados fueran dos niños. La opinión unánime es que eso haría que el efecto fuera aun mayor. Douglas ofrece darles la mejor de tales historias, un relato cuyo manuscrito ha conservado en su casa durante más de 20 años. Es una historia de horror extremo. Envían a un mensajero a recoger el manuscrito a la casa de Douglas en Londres, lo que lleva de tres a cuatro días. Mientras tanto, el grupo se familiarizará brevemente con los antecedentes y, sobre todo, con la autora del relato.
“No, era una casa grande, fea y antigua, pero bastante cómoda (…) donde me sobrevino la idea de que nos hallábamos casi tan perdidos como un puñado de pasajeros en un gran barco a la deriva. ¡Y muy a mi pesar, era yo quien llevaba el timón, sin experiencia”!
Ella había trabajado como institutriz con la familia de la hermana de Douglas y, de esa manera, se había ganado la confianza del propio Douglas. Así había llegado el manuscrito a sus manos. Como hija de un clérigo rural, la autora era perfectamente respetable y bien educada, pero carecía por completo de fortuna. Se postuló para un puesto que ofrecía un caballero distinguido, rico y joven, de aspecto deslumbrante y modales amables. La joven debía hacerse cargo de la educación de su sobrino Miles, de aproximadamente diez años de edad, y su hermana Flora, de ocho, de los que él era el tutor. Para ello, la institutriz debía trasladarse a Bly, la residencia de la familia en Essex, donde vivían los niños, cuyos padres habían muerto en India. La institutriz también tenía que asumir la función de cabeza de familia frente a los demás sirvientes de Bly y tendría total libertad y todos los medios financieros que necesitara. La única condición que puso el contratante fue que, bajo ninguna circunstancia, quería que lo molestaran con ningún problema. Ella debía actuar de manera totalmente independiente y bajo su propia responsabilidad. Después de un breve titubeo sobre si estaba a la altura de esta tarea, ella aceptó; el enorme salario y el carisma del joven caballero fueron decisivos. Hasta ese momento, un ama de llaves, la señora Grose, había llevado el manejo de la casa de Bly con algunos sirvientes. Flora ya había tenido otra institutriz, que había muerto de manera inesperada. El niño estaba en el internado y dentro de poco debería regresar a Bly para las vacaciones.
“Era increíblemente hermoso, y la señora Grose había acertado: su presencia arrasaba con todo, excepto una especie de apasionada ternura en él””.
Una vez dada esta información, junto a la chimenea, comienza la lectura, la cual se prolonga durante varias noches.
La llegada veraniega a Bly
Un hermoso día de junio, la institutriz viaja a Bly en la diligencia para llegar a una propiedad imponente con características antiguas y recientes, rodeada de un extenso parque con un lago. Las partes más antiguas del edificio, que no se utilizan por completo, incluyen dos torres con almenas. La joven, que en Londres todavía albergaba algunas dudas sobre la tarea que le esperaba, ahora está llena de confianza. Recibe una espaciosa habitación. La pequeña Flora se muestra como una criatura totalmente encantadora y la institutriz tiene la sensación de que puede fácilmente hacerse amiga de la resuelta, sencilla e intachable señora Grose. Esta está evidentemente aliviada por la llegada de la nueva institutriz. Al día siguiente de su llegada, la propia Flora insiste en llevarla a recorrer Bly y le muestra con seguridad infantil todas las salas, escaleras y rincones.
El disgusto con Miles
Al día siguiente llega una carta del internado que deja confusa y desesperada a la joven institutriz. Con pesar, pero claramente, la dirección prohíbe el regreso del joven Miles después de las vacaciones. No se mencionan las razones concretas. La institutriz piensa que Miles debe de haber hecho algo sumamente malo y perjudicial si el internado decreta una medida tan drástica. La señora Grose, que era analfabeta y no podía leer la carta, no puede en absoluto imaginar algo así en relación con el “señorito”. Sin embargo, después de un tenaz interrogatorio, ella acepta que quizá hasta ahora Miles no siempre fue muy bueno, pero después de todo es un niño. Cuando se le preguntó si la antigua institutriz podría haber notado algo en Miles, la señora Grose se muestra vaga respecto a que la dama también era joven y, en algunas cosas, no del todo correcta, pero no quiere hablar sobre la difunta. Su muerte había ocurrido durante sus vacaciones de Navidad y la señora Grose no sabía nada sobre las circunstancias.
“Según recuerdo, aquella figura, en la penumbra suficientemente clara, provocó en mí dos reacciones diferentes que, para decirlo brevemente, fueron la conmoción de mi primera y mi segunda sorpresa””.
Miles llega al día siguiente en la diligencia y la institutriz lo va a recoger acompañada de Flora. Resulta ser bellísimo y, a pesar de su juventud, sumamente elegante y amable, un verdadero príncipe de cuento. La institutriz recurre de inmediato al punto de vista de la señora Grose, decide sencillamente ignorar el escrito del internado y, con un abrazo fraternal, sella un pacto con la señora Grose para trabajar juntas por el bienestar y la mejor educación posible para los niños.
Las apariciones
Las vacaciones de verano empiezan en alegre despreocupación. Los pequeños hermanos viven en armonía, saben muy bien cómo entretenerse solos, el hermano le lee cuentos de hadas a su hermana, idean pequeñas piezas teatrales, tocan música juntos, los niños tienen los modales más exquisitos en la mesa, nunca son una carga. La joven institutriz descubre el placer de simplemente divertirse. Al anochecer, cuando los niños ya están en la cama, da tranquilos paseos por el parque.
“Una profunda oscuridad seguía extendiéndose sobre todo lo que tenía que ver con el comportamiento del niño en la escuela””.
Una noche ve a un hombre desconocido en la almena de una de las torres. Poco antes tuvo el presentimiento de que se encontraría a alguien en su camino. Puede verlo claramente, no usa sombrero; no lo conoce. La figura le infunde terror. El hombre la mira fijamente y camina de una esquina a otra de la torre, luego desaparece. Poco después, la joven se encuentra en el vestíbulo a la señora Grose y decide guardarse para sí lo de la aparición.
“Un solo paso en la habitación había sido suficiente; mi vista de inmediato se enfocó totalmente ahí; lo abarcó todo. La figura que miraba fijamente hacia adentro era la misma que ya se me había aparecido en aquel entonces””.
Un domingo lluvioso, justo antes de ir a la iglesia, en busca de sus guantes, la institutriz entra en una de las habitaciones de la planta baja y ve al mismo hombre mirando fijamente hacia el interior por la ventana. Ella corre hacia la terraza, pero la figura ha desaparecido. Sin aliento y pálida, la institutriz todavía está ahí cuando la señora Grose entra en la habitación y también se asusta por la joven que está afuera de la ventana. Ahora la institutriz le relata las dos detestables apariciones y, a petición de la señora Grose, describe la mirada del hombre. La señora Grose se asusta: no puede ser nadie más que Peter Quint, un exmayordomo que, en su época, también “dirigió el regimiento”… pero el señor Quint está muerto.
La tercera aparición
Las dos mujeres discuten en varias ocasiones lo que pasó con Peter Quint. Él y la antigua institutriz habían sido enviados a Bly, igual que la institutriz actual, por el tutor de los niños y murieron casi al mismo tiempo. El señor Quint había muerto en un accidente, probablemente causado por la embriaguez, un sábado por la noche en su camino de regreso a casa desde una taberna en el pueblo. La señora Grose está convencida de que el fantasma de Quint buscaba “al pequeño Miles”. Tanto Quint como la antigua institutriz, una tal señorita Jessel, les habían dado mucha libertad a los niños, los habían verdaderamente mimado y, sobre todo Miles, pasaba mucho tiempo con Quint. Sin muchos rodeos, la señora Grose caracteriza a Quint como extraordinariamente vil, un canalla y, para ella, también la señorita Jessel era una atrocidad. Señala, además, que ambos habían tenido una relación.
“Comencé a vigilarlos con tensión reprimida, con una excitación disimulada que, si hubiera durado demasiado, se habría podido convertir en algo parecido a la locura””.
Una hermosa tarde, mientras juega con Flora en el estanque del parque, la institutriz tiene una nueva aparición. Distingue una figura en la otra orilla, esta vez de una mujer, e instintivamente sabe que se trata de la señorita Jessel, quien solo mira a la niña. Flora sigue jugando, pero la institutriz siente que la niña se ha percatado de la aparición, pero procura con esmero que no se le note nada.
La otra vuelta de tuerca
De común acuerdo, la institutriz y la señora Grose deciden no quitarles los ojos de encima a los niños ni por un segundo, por supuesto con total discreción. Para protegerlos y para posiblemente ir tras el secreto. Además, todavía estaba el misterio de la expulsión de Miles de la escuela. ¿Qué nociva influencia pudo haber ejercido Quint?
“Mi corazón se había detenido por un momento, lleno de tensión y de un horrible temor provocados por la pregunta de si ella también podía verla; contuve el aliento en espera de un grito suyo, algún signo de temor o alarma que me sirviera de indicación””.
Durante el otoño los niños reciben lecciones privadas impartidas por la propia institutriz, a quien siguen con atención y entusiasmo, con diligencia y comprensión. Sin embargo, la joven institutriz tiene a veces la impresión de que, incluso en presencia de adultos, ambos tienen una especie de lenguaje secreto, un sistema de comunicación invisible e inaudible.
“Tomó mi mano entre las suyas, estrechándola con fuerza, como si quisiera protegerme del creciente terror que esta revelación podría producirme. ‘Ambos eran infames’, dijo finalmente””.
Una noche se da cuenta de que Flora no está en su cama y se precipita hacia allí. La niña aparece del otro lado, pues supuestamente se asomó por la ventana. En otra ocasión en la que Flora está en la oscuridad mirando por la ventana, una figura mira desde afuera… es Miles. Por lo demás, los niños se comportan impecablemente, casi de manera angelical. Sin embargo, la señora Grose advierte repetidamente en contra de la influencia corruptora de los antiguos empleados: “Ellos les pertenecen a él y ella”. Pero la institutriz está considerando ahora, en contra de todos los acuerdos, informar al tutor y, poco después, incluso dejar Bly. Miles no dice nada sobre los acontecimientos en el internado, incluso cuando se los mencionan, sino que se elude hábilmente y provoca con la afirmación de que, para variar, le gustaría ser considerado alguna vez como “malo”.
Se da vuelta a la tuerca
El día que la institutriz está considerando huir de Bly y Miles expresa su deseo de regresar al internado para que las mujeres ya no lo eduquen como a un niño, ocurre un cambio en su relación. A partir de entonces, se distancian claramente el uno del otro. Ese día, la joven regresa temprano de la iglesia y encuentra a la señorita Jessel sentada a la mesa en el salón de clases. Cuando se dirige a ella, la aparición desaparece.
“Debes decirme ahora la verdad. ¿Para qué saliste? ¿Qué hacías ahí?’ (…) ‘Bueno’, dijo finalmente, ‘precisamente para que hiciera lo que acaba de hacer’. ‘¿Hacer qué?’ ‘¡Para que, para variar, pensara que soy malo”!
Al día siguiente, Miles pide, con la mayor amabilidad, que le permitan tocar el piano durante media hora. Toca realmente espléndido y consigue que la institutriz se olvide. De repente, ella se da cuenta de golpe de que Flora ha desaparecido. La institutriz y la señora Grose buscan primero frenéticamente en la casa, después encuentran a la niña en la orilla opuesta del estanque del parque, a donde tuvo que ir remando en un bote, algo difícil de imaginar para una niña tan pequeña. “¿Dónde está la señorita Jessel?”, le pregunta la institutriz a Flora y, por primera vez desde el comienzo de las apariciones, pronuncia el nombre en presencia de Flora. La institutriz cree incluso que ve a la antigua institutriz en la orilla del lago, pero la señora Grose no nota nada. La niña angustiada se refugia en los brazos maternales del ama de llaves.
“¡Oh, sí! Podemos estar sentadas aquí y mirarlos, y ellos pueden mostrarnos su mejor lado, pero incluso cuando fingen estar completamente absortos en sus cuentos de hadas, en su imaginación están totalmente llenos de los muertos que les fueron devueltos””.
Como consecuencia de este suceso, Flora comienza con fiebre alta, una vehemente reacción de defensa contra la institutriz. La niña es enviada a Londres con la señora Grose. La joven institutriz se queda a solas con Miles y de inmediato aprovecha la siguiente ocasión para atravesar con rigor educativo la coraza de los buenos modales del niño. Finalmente, quiere enterarse ahora de cuál fue el motivo de su expulsión del internado. El niño admite que ha “dicho cosas” que, por lo visto, se habían vuelto a contar. En ese momento se vuelve a aparecer Peter Quint al otro lado de la ventana del comedor. En la mayor excitación, la institutriz quiere obligar al niño a mirar la aparición y admitir su existencia. Segundos después, el corazón del niño se detiene.
Acerca del texto
Estructura y estilo
El relato de la joven institutriz está escrito en primera persona. Su nombre nunca se menciona, ni siquiera en la introducción, en la que se describe al grupo que está reunido en una casa de campo durante la época de Navidad. Esta introducción es una especie de trama marco, pero no se retoma al final: la novela termina dramática y abruptamente con el paro cardiaco del niño. En la introducción el narrador Douglas explica al grupo que guardó el documento durante 20 años y que lo recibió como una especie de patrimonio. Los sucesos descritos en él ocurrieron hace más de 40 años.
Planteamientos de interpretación
- La institutriz es la única que ve, o cree ver, a los difuntos Peter Quint y la señorita Jessel. No está claro si los niños también están en contacto con los fantasmas; el lector solo conoce las suposiciones correspondientes a través de la institutriz. Ella es joven e inexperta y, en Bly, está aislada del resto del mundo y de la realidad. Es posible que las apariciones solo tengan lugar en su imaginación.
- También hay indicios de que los fantasmas no son pura imaginación, sino que realmente existen, por ejemplo, la exacta descripción de Quint que hace la institutriz, aunque nunca lo ha visto y, de hecho, ni siquiera sabía de su existencia. Sin embargo, ¿cuál es la realidad? La aparición de los fantasmas o la imaginación siempre están en suspenso en esta novela.
- Los niños pueden ser considerados como víctimas inocentes o como ángeles caídos, almas corruptas cuya salvación obsesiona a la institutriz, demasiado sensible y emocionalmente inestable. El punto de partida de sus temores es la enigmática expulsión de Miles del internado, cuyo comportamiento nocivo nunca se explica con claridad, por lo tanto está sujeto a la imaginación de la institutriz y también a la del lector. La relación de los niños con los antiguos servidores puede interpretarse como consentimiento excesivo, mala compañía o incluso abuso sexual.
- Henry James mantiene deliberadamente todo abierto y no proporciona una explicación racional de los acontecimientos. Al lector le queda mucho espacio para su propia fantasía, de hecho, casi se ve obligado a dar su propia explicación sobre el relato.
Antecedentes históricos
Los inicios de la psicología como ciencia
A partir de las películas y novelas ambientadas en el siglo XIX, estamos familiarizados con las escenas en las que las mujeres se desmayan en masa. En ese entonces se utilizó el término general de “histeria” para esas enfermedades mentales sin diagnóstico orgánico, como desmayos, convulsiones, obnubilaciones, y otras por el estilo. En la segunda mitad del siglo XIX la medicina convencional emergente se ocupó con mayor intensidad del fenómeno entonces generalizado. El experto líder fue el neurólogo francés Jean-Martin Charcot, quien fue el director de la Salpêtrière de París desde 1882, una mezcla de hospital psiquiátrico y asilo de pobres, donde fueron atendidas cientos de mujeres. Charcot fue el primero en observar y describir detalladamente los fenómenos histéricos. Los interpretó como neuropatías fisiológicas. El inicio de la interpretación de la histeria –e incluso el punto de partida para el desarrollo completo de la psicología como ciencia– fue la estancia de varios meses de Sigmund Freud con Charcot en 1885. Con el tiempo, Freud se dio cuenta de que la histeria –por decirlo sencillamente– se trataba de trastornos mentales causados por experiencias traumáticas y, con frecuencia, de impulsos sexuales reprimidos. Publicó estos conocimientos junto con el médico austriaco Josef Breuer en Estudios sobre la histeria, en 1895. Freud y la psicología fundada por él le deben mucho al procedimiento analítico de Breuer. Pero el reconocimiento de la importancia de la dinámica instintiva sexual para la vida psíquica es mérito de Freud. Se puede decir que la histeria fue, en cierta manera, la enfermedad de la sociedad del siglo XIX, en la que la sexualidad y la satisfacción de los impulsos eran consideradas tabú y estaban cargadas de culpa, sobre todo para las mujeres.
Origen
El punto de partida de Henry James para Otra vuelta de tuerca se encuentra en una entrada de su agenda del 12 de enero de 1895, en la que narra una historia de fantasmas que dos días antes le contó su amigo el arzobispo de Canterbury. Los datos son vagos: se trataba de pequeños huérfanos que habían sido dejados al cuidado de los sirvientes, que eran personas desequilibradas, moralmente corruptas y también malcriaban a los niños. Entonces, los sirvientes murieron de manera incierta y regresaron como espectros para mantener a los niños atados a ellos. James no retomó esta nota hasta dos años más tarde cuando, por sugerencia de un editor, iba a escribir una historia de Navidad y fantasmas para la revista Collier’s Weekley. Allí se publicó por primera vez Otra vuelta de tuerca en 12 entregas, de enero a abril de 1898.
Henry James trabajó desde un principio como crítico y escritor, y estaba muy familiarizado con las corrientes intelectuales de su época. También, gracias a la relación con su hermano, el eminente psicólogo y filósofo William James, tenía un conocimiento importante de la investigación psicológica de su tiempo, que se ocupaba, entre otros, de las histéricas. También reflexionó en la teoría de la novela y la llevó a la práctica en sus obras. En consecuencia, desarrolló así su técnica narrativa en perspectiva: la historia (a excepción de la trama marco) se desarrolla exclusivamente desde una perspectiva, solo se describen las percepciones y el flujo de conciencia de un personaje.
Es posible que el muy culto James haya conocido muchas obras de la narrativa gótica inglesa del siglo XIX. En Otra vuelta de tuerca hace alusiones a dos libros: Amelia de Henry Fielding (1751) y Los misterios de Udolfo de Ann Radcliff (1794). Además, existe una emocionante novela de entretenimiento de 1855 de un tal Tom Taylor, en la que aparecen una casa en Londres, una institutriz, un ama de llaves, unos hermanos traumatizados y personajes llamados Peter Quint y Miles.
Historia de la influencia de la obra
Con su técnica del “flujo de conciencia”, Henry James es una figura clave en el camino a la modernidad de la literatura angloamericana. En muchas obras de la literatura moderna ya no se le ofrecen al lector contextos narrativos tradicionales, sino que debe componer por sí mismo una imagen de la realidad narrada a partir de fragmentos, retazos de recuerdos, impresiones fugaces y estados de ánimo que parecen encadenarse a voluntad. Así concibieron deliberadamente sus libros, por ejemplo, Virginia Woolf (La señora Dalloway) o William Faulkner (El ruido y la furia). Por ejemplo, en El ruido y la furia, una historia familiar extraordinariamente compleja se centra en cuatro días muy específicos. De manera similar a lo que sucede en Otra vuelta de tuerca, la limitación exclusiva al punto de vista de una persona, la limitación a un solo lugar de acción o a un solo día son características típicas de la literatura moderna, por ejemplo, como en el Ulises de James Joyce. Otra vuelta de tuerca también sirvió de modelo para una ópera de Benjamin Britten que se estrenó en 1954.
Sobre el autor
En el mundo anglosajón Henry James es considerado un gran clásico de la literatura desde alrededor de 1900, un maestro de la novela psicológica sutil y pionero del modernismo literario. Nacido el 15 de abril de 1843 en el seno de una familia de la alta burguesía, rica e intelectual de Nueva York, recibió una amplia educación y, desde pequeño, conoció a los clásicos de la literatura universal. Su padre fue uno de los intelectuales estadounidenses más respetados y era amigo de pensadores como Thoreau, Emerson y Hawthorne. El hermano de Henry James, William, se convirtió en profesor de psicología en Harvard y fue fundador del pragmatismo en la filosofía. Después de recorrer Europa en su juventud, el propio Henry James estudió leyes en Harvard por un breve tiempo y pronto se convirtió en periodista, primero como crítico y después como corresponsal en París. En 1876 se mudó a Inglaterra, donde finalmente se estableció. Muchas de sus famosas novelas y cuentos, como Daisy Miller (1878), Los europeos (1878) o Los embajadores (1903), se desarrollan en el contexto de los encuentros de estadounidenses distinguidos con europeos. El antagonismo entre el Viejo y el Nuevo Mundo, entre la cultura europea y la ingenuidad estadounidense, desempeñó un papel importante en su obra. Puesto que Henry James era rico y, por tanto, financieramente independiente, pudo dedicarse por completo a la escritura y a sus intereses intelectuales. Incluso en Europa estuvo en estrecho contacto con las mentes líderes de su época. Entre 1904 y 1905 James regresó a Estados Unidos por primera vez en 25 años, entre otras cosas, para preparar y acompañar la edición de sus obras completas, incluido su libro más leído, la historia de fantasmas Otra vuelta de tuerca (1898). En 1915 James obtuvo la ciudadanía inglesa. Falleció el 28 de febrero de 1916 en el barrio londinense de Chelsea.
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