El 75 % de los empleados experimentan una o más formas de acoso a lo largo de su carrera, desde burlas e intimidación hasta agresiones sexuales. Las culturas corporativas tóxicas que toleran el mal comportamiento acaban por ahuyentar a clientes, empleados y posibles futuros trabajadores. Los costos para las organizaciones –en términos de dinero, reputación y cultura– son asombrosos y el impacto sobre las víctimas es inconcebible. La abogada laboralista Bobbi Dominick aporta décadas de experiencia sobre el tema en su completa guía para gestionar el acoso laboral de todo tipo.
El movimiento #MeToo demostró que el acoso sexual es habitual y sistémico.
Aunque muchas empresas cuentan con políticas formales contra el acoso y programas de formación, los empleadores pueden tolerar e incluso perpetuar el mal comportamiento. Cuando los empleadores y las figuras públicas en posiciones de poder sugieren a las mujeres que abandonen sus puestos de trabajo cuando creen que sus colegas las acosan –lo que normaliza e incluso celebra el acoso– se envían mensajes contradictorios a los empleados y al público. También refuerza la idea de que las normas de comportamiento profesional carecen de sentido y que los lugares de trabajo no las harán cumplir.
Por cada persona que denuncia un acoso, muchas más guardan silencio. Más allá del acoso sexual, cualquier tipo de acoso basado en una clase protegida, como el privilegio racial o la religión, o de intimidación, como la humillación pública, es perjudicial para un lugar de trabajo eficaz y seguro y tan ilegal como el acoso sexual. Incluso cuando no se basan en el estatus de una clase protegida, el acoso o la intimidación desgastan y desarticulan una cultura de respeto y preparan a...
Comentarios sobre este resumen